Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: ‘Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña’. El respondió: ‘No quiero’. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: ‘Voy, Señor’, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?”. “El primero”, le respondieron. Jesús les dijo: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él”.
En este martes de la tercera semana de Adviento contemplamos esta historia tan cercana, tan nuestra, tan particular y tan conocida. Compartimos esta pequeña parábola que cuenta Jesús, una parábola sobre la obediencia, sobre un padre que tiene dos hijos y los envía a trabajar. El Señor pregunta no “quién obró bien” sino más bien “quién cumplió la voluntad de su padre”. Obediencia significa escuchar con atención, por lo que ser desobedientes es ser sordos. Porque estrictamente hablando y desde la mera lógica humana, el primer hijo le responde de muy mala manera a su padre, casi cayendo en la deshonra: “No quiero”, le dice. Podría haber dicho otra cosa. Sin embargo, proclama lo que brota desde el fondo de su corazón: No quiero.
Si nos detenemos en el segundo hijo, en su proceso, en sus cambios, si nos guiamos por quién obró bien, él es el que actúa correctamente. ¿Por qué? Bueno, porque le dio cumplimiento a la voluntad del padre en su vida no con palabras sino con arrepentimiento y con obras. Fundamentalmente con obras. Lo que verdaderamente importa no son las palabras sino las obras. Como decía san Juan de la Cruz, a quien celebramos hoy: “en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”. Esto no quiere decir de ninguna manera que no importe la palabra, pero tenemos que creer definitivamente que, como nos enseña San Ignacio de Loyola, el amor está más en las obras que en las palabras. Por eso pedile al Señor la gracia de la coherencia, confiar en Él, hablar poco y hacer mucho.
Por eso Jesús dice lo que dice de las prostitutas y publicanos. Ellos al principio dijeron “¡No quiero!” como el primer hijo. Pero al conocer el mensaje de Jesús, conocieron otro rostro de Dios Padre, se arrepintieron, es decir, sacaron por la fuerza del Espíritu todo lo que no tenía que ver con ser y sentirse hijo e hija de Dios y quisieron seguir a Jesús. Son los que cumplen no por cumplir y listo, sino que cumplen porque viven y adhieren a la propuesta de Jesús con todo su corazón. Cada uno de nosotros tenemos nuestros tiempos y nuestros procesos. Lo importante es no dejar de escuchar la voz de Dios y ponernos en camino. Que en este camino de adviento, podamos encontrar la oportunidad de arrepentirnos, renovarnos, cambiar de rumbo, de sanar. Animarnos a que, en nuestra vida, Dios sea Dios.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.