Jesús dijo entonces a sus discípulos: “Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”. Pedro, tomando la palabra, dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.
El Evangelio de hoy nos muestra un Jesús así como es, un Jesús que exige, que pide, pero también un Jesús que da. Porque la Palabra que compartimos en este día martes nos muestra eso, que seguirlo al Señor cuesta. Pero también es verdad que seguirlo es lo único que nos puede plenificar completamente, aquello que nos hace arder el corazón, aquello que nos hace seguir adelante. Cuando uno se encuentra con Jesús, se encuentra con ese Dios de la vida y le arde el corazón. Le arde el corazón porque ha descubierto el sentido de la vida, el sentido de su propia existencia, el “para qué” de su misión. Y, si nos ponemos a pensar, cada vez que nosotros nos proponemos seguir al Señor, estamos descubriendo esto: “yo, Señor, te quiero seguir. Pero me cuesta, tengo mis limitaciones, se me hace difícil, se me hace cuesta arriba. Con mis gozos, con mis alegrías, con mis tristezas, con mis angustias, pero sobretodo con mis esperanzas, así te sigo, Señor”. Por eso el Señor da una respuesta que de verdad nos tiene que llenar de alegría: Quien haya dejado padres, quien haya dejado hermanos y hermanas, quien haya dejado todo a causa de mi nombre, tendrá cien veces más en el reino de los cielos, y como herencia, la vida eterna. Por eso vos estás siguiendo a Jesús, porque sabés que no te va a defraudar. Él es aquel que no nos deja solos. Qué lindo que nos podamos preguntar hoy, que podamos detenernos un poco de la vorágine del andar de aquí para allá y descubrir: “¿Señor, vos sos lo más importante de mi vida o todavía no? ¿Sos aquel que le da sentido a mi vida o todavía tengo que seguir enamorándome de vos?”. Bueno, ese es Jesús, un Jesús que nos hace seguir adelante y que nos sostiene porque nos ama.
Acordate: uno no elige porque renuncia, renuncia porque elige. Fijate a qué cosas hoy tenés que renunciar para que el Señor sea el verdadero protagonista en tu vida, en tu corazón, en tus ambientes. A qué cosas tenés que renunciar para que Jesús se vaya transparentando cada vez más en tu vida, con tus acciones, con tus palabras. Hablá de Dios con tu vida y con tu testimonio porque a lo mejor, estás siendo instrumento para que otro, que todavía no lo conoce al Señor, se enamore. No hay cosa más linda que descubrir que uno es instrumento de Dios. Dejalo actuar al Señor y asómbrate porque Jesús nunca te va a abandonar.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.