Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar.
Entonces los fariseos le dijeron: “¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”.
El les respondió: “¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?”.
Y agregó: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado”.
En la época de Jesús, aquellas personas que más cumplían y seguían al pie de la letra la Ley eran los fariseos. Y uno de los preceptos más importantes era el respeto por el descanso del sábado. ¿De dónde venía esto? Bueno, del relato de la creación, en el libro del Génesis, donde se decía que Dios había creado el mundo en seis días y al séptimo descansó. A partir de eso, y con bastante sentido común, se había propuesto un día para el descanso y el encuentro con Dios. Ese era el espíritu del sábado, pero se había caído en el cumplimiento por el cumplimiento mismo. Tan mecánico se volvió que se perdió el sentido original de la propuesta.
El evangelio de hoy nos muestra que los fariseos se quejan de que los discípulos de Jesús violan la norma del sábado por comer espigas, pero se olvidan de mirar por qué lo hacían. Los discípulos tenían hambre y por eso Jesús les muestra su error a los fariseos, se los señala para que puedan salir de la esclavitud de sus propios escrúpulos. El Señor siempre va más allá. Compartimos Marcos 2, del 23 al 28. Meditemos algunas ideas.
En primer lugar, saber observar. Hay que cuidarse de los extremos, ni mirarse el ombligo, ni mirar con lupa. Ponete a pensar, hay momentos en los que la miopía espiritual nos gana y somos incapaces de ver más allá de nuestro metro cuadrado. Claro, cuando esto pasa, nos deshumanizamos y dejamos de prestar atención a las necesidades de los que tenemos al lado. De ahí a señalar y criticar hay un paso y ese es el otro extremo, mirar al otro para ver dónde se equivoca. Es esa mirada farisaica, la que controla, la que no deja pasar nada, la que está constantemente juzgando. Bueno, que tu mirada no vaya por ahí, porque si es así, te vas a quedar sin paz. Cuidate de mirar sin observar, pero comprometete con una mirada desde Dios, atento a lo que el otro necesita. Por eso la fe humaniza. Acordate que siempre lo primero es descubrir a Jesús en el otro, la clave es la misericordia. ¿Cuántas veces, en lugar de hacerle la vida más sencilla al otro, se la terminamos complicando, no? Bueno, hay que ser responsables para compartir lo que Jesús nos ha regalado. Viví la misericordia con vos y con los demás.
En segundo lugar, sos espiga. El hambre que los discípulos tienen, representa el hambre de Dios que padecen los que tenemos al lado. Vos sos espiga, espiga que sacia porque llevamos a Jesús. Estamos invitados a alimentar con Jesús, a misionar en y desde Dios. Pedile al Padre que el Espíritu Santo nos muestre dónde ser pan para compartir.
Por último, acordate que vos valés. Todos somos valiosos a los ojos de Dios, vos valés muchísimo y tu vida vale más allá de todo lo que te ha tocado enfrentar y vivir. No dejes de luchar por lo que Dios te está pidiendo, por tus sueños, por tus proyectos. Incluso cuando hayas sentido el fracaso de cerca, seguí confiando en los que te aman, en los que están. Buscá ser instrumento de paz y no dejes de buscar a Dios porque Él te busca a vos. Para Dios sos importante, creelo. Hay muchas razones para amar, pero el amor es más que razones. Vos amá y dejate amar, ese es el estilo de Jesús, así es el corazón de Dios y a eso nos invita el evangelio de hoy.
Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.