Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
“Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar ‘maestro’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen ‘padre’, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco ‘doctores’, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”.
Qué lindo encontrarnos nuevamente en la reflexión del Evangelio del día aquí, en la obra de María. Estamos transitando este camino de la cuaresma, tiempo de conversión, tiempo para parar un poco, para revisar nuestro corazón y dejar que el Señor vaya actuando. Cuántas cosas para trabajar, cuántas cosas para corregir, pero siempre con la compañía de Dios y de la mano de nuestra madre. Hoy la liturgia nos presenta para compartir Mateo 23, del 1 al 12. El Señor nos invita a no ser como los fariseos. Así que tomá tu biblia y hacete un tiempo para encontrarte con lo que Dios te quiere susurrar. Te dejo algunas ideas para nuestra oración de hoy.
En primer lugar, cuidate del “síndrome del fariseo”. Fijate lo que dice el Señor de los fariseos. En síntesis, no hace lo que dice; ata pesadas cargas difíciles de llevar, pero él no quiere moverlas ni siquiera con un dedo. Le busca problemas a las soluciones; quiere siempre seguir el camino fácil; todo lo hace para que lo vean; critica, señala, busca el reconocimiento y se olvida de Dios. Cualquier similitud con la realidad, pura coincidencia. Bueno, a lo mejor no tanta. Es que muchas veces caemos en ese fariseísmo simple y sencillamente porque sacamos a Jesús del centro de nuestra vida y nos ponemos a nosotros mismos. Por eso es tan importante el camino de la humildad, que consiste en reconocer que todo lo que somos y todo lo que tenemos se lo debemos a Dios. Necesitamos renovarnos en el Señor, necesitamos contemplar su vida, su entrega, su Palabra, su ejemplo. Necesitamos reconocernos pecadores sanados y sostenidos por su misericordia. Qué camino hermoso el de la cuaresma, una invitación a que Jesús sea el centro. ¿La clave? Pedir humildad.
En segundo lugar, buscá amar más y mejor. La única manera de tener al Señor en el centro es reconocerlo en quienes tenemos al lado. Y para eso la clave es estar al servicio. El servicio sana toda soberbia o falsa motivación y nos ayuda a no creérnosla. Empezá por lo chiquito, por aquello donde nadie te ve, salvo Dios. Insistile al Señor que te muestre dónde y cómo servir, no dejes de discernir. Ese es el camino al cielo. Amá siempre, con oportunidad o sin ella. Quien no vive para servir, no sirve para vivir. Acordate lo que decía la madre Teresa de Calcuta: “la Santidad no es el lujo de unos pocos; es un sencillo deber que tenemos vos y yo”.
Por último, viví la misericordia. El Señor dice que no viene para juzgar sino para salvar. No estamos para condenar, sino para ayudar a que nuestros hermanos se encuentren con el amor y la misericordia de Dios. ¿Estás siendo puente entre tu hermano y el Señor? Bueno, pensalo y ponelo en práctica. Pedile a Jesús que te ayude a iluminar tu vida y tu corazón para que puedas iluminar la de aquellos que están caminando con vos. Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.
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