Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
De muchos salían demonios, gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.
él les dijo: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado”.
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
En este mes dedicado a la Palabra de Dios, mes para profundizar nuestro encuentro con el Señor, la liturgia nos invita a contemplar Lucas 4, 38-44. Vemos el episodio tan conocido de la curación de la suegra de Pedro. Tratemos de meditar algunas ideas del Evangelio. En primer lugar, cuidate de la fiebre. En estos tiempos de pandemia donde todos estamos tan atentos a la fiebre física, hay otra fiebre que nos puede pasar desapercibida pero de la cual nos tenemos que cuidar también: la fiebre espiritual. Dice la palabra que el Señor va a la casa de Pedro porque su suegra estaba enferma. Si hay algo que genera la fiebre es que te deja en cama, te tira abajo. Cuando uno tiene fiebre no se siente bien, no tiene fuerzas y tampoco piensa como corresponde. Bueno, lo mismo nos pasa cuando la fiebre espiritual nos invade y dejás que los problemas de todos los días te pasen por encima. Cuando te cargás todo el peso y te olvidás de lo más importante, perdés tu relación con Dios. Por eso el Evangelio de hoy nos ilumina y nos muestra que ninguna fiebre, por más fuerte que sea, tiene la última palabra. Es lo que hoy el Señor quiere hacer con vos, como hizo con la suegra de Pedro. Jesús te quiere mostrar que lo único necesario para la sanación es confiar en él. Preguntate hoy qué cosas te tiran abajo, cuáles son tus fiebres espirituales y dejá que el Señor te empiece a levantar.
En segundo lugar, ponete a servir. La suegra de Pedro se pone a servir y el Señor hace lo mismo, sirve. Vemos que Jesús no tiene horarios de atención. Eso es lo que lo diferencia de los demás profetas: él se toma su tiempo para servir a todos y en todo momento. Esos gestos distinguen al Señor, no es alguien que solamente habla bonito: él con su vida muestra lo que dice con sus palabras. El Señor no atiende con turnos, se compromete a fondo, se implica, tiene compasión, vive con misericordia, es disponible, mira a los ojos, escucha. Jesús se toma en serio a los que llegan a Él, el Señor está. ¿Te imaginás lo que habrá sido tenerlo adelante con toda su atención para vos? Bueno, hoy la tenés esa atención. Qué lindo que nuestro corazón esté igual que el de Jesús también: 24 hs. abierto. Primero encontrate con el Señor, después pedí un corazón que sirva a los demás. ¿Vos tenés horarios, tenés turnos para tus hermanos? ¿Vos “atendés” o te das sin medida? ¿Tenés tiempo para el otro o estás creyendo más bien en el “dios de la agenda”?
Por último, aprovechá los desiertos. Dice la Palabra que Jesús se retiró a solas al desierto para orar. Esta es la vida del cristiano, del verdadero discípulo: estar para los otros, la vida de acción; pero también trabajar la vida de contemplación, de oración. Son las dos patas que tienen que sostener tu vida: servicio y oración. No podés servir si no te alimentás de Dios, si no descansás en Él. Acordate que nadie da lo que no tiene. Entonces preguntate cómo viene tu acción y cómo viene tu contemplación. Todo tiene su tiempo. Del encuentro con Jesús viene esa fuerza que sostiene. Pedile al Señor que te lleve donde lo estén necesitando. Que tu cansancio sea un cansancio que a otros descanse. Ocupate de las cosas de Dios y Él se va a ocupar de las tuyas.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.
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