Jesús dijo a sus discípulos: Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Cuando Jesús enseña a orar a sus discípulos, les enseña la oración del Padrenuestro. Es la única oración que Jesús enseña en el Evangelio.
Yo me detendría en cuatro puntos que resumen el espíritu de la oración.
El primero es que Dios es Abbá, Padre. Y es “nuestro”. Que es casi decir lo mismo “de todos”. Esto nos aleja deliberadamente de concepciones erróneas de Dios como inexorable Juez sin misericordia, o como controlador universal, o dispensador caprichoso de destinos y voluntades a gusto personal. Confesar a Dios como Padre Nuestro, confesar a Dios como Papá Bueno y “de todos”. Nadie tiene el patrimonio sobre Dios, que no se deja privatizar. Dios no le pertenece a la Iglesia Católica solamente. Le pertenece a todo hombres; más aún desde la Encarnación de Jesús, en la que creemos que Dios se ha unido a todo hombre y le muestra la sublimidad de su vocación.
Lo segundo es que le pedimos a Dios sumarnos al sueño que tiene para todos nosotros cooperando en la construcción del Reino. De esta manera creemos que el Reino no es una realidad estática, sino dinámica, cuya construcción comienza en esta vida y en este tiempo para hacerse pleno en la vida eterna. Que venga el Reino no es esperar a que todo llegue de Dios sino a la voluntad decidida de los cristianos de querer sumarnos a la propuesta del Reino amando y trabajando, construyendo más con hechos que con palabras un mundo más justo, más fraterno y más solidario, donde la dignidad de la persona sea lo primero que se ponga de relieve.
Lo tercero es que pedimos a Dios poder compartir juntos el pan. Para que no le falte a nadie. Para que todos tengamos. El pan material y el de la Palabra. No es responsabilidad de Dios el hambre de pan y de sentido en el mundo. Es nuestra. Somos responsables de que no haya una solo hombre más que pase hambre, soledad y tristeza en el mundo. Somos los responsables de darnos a comer los unos a los otros. Me llama la atención cuando bendecimos la mesa y le pedimos a Dios que “le dé de comer al mundo que no tiene pan”. No lo va a hacer. No lo puede hacer. Que se acabe el hambre en el mundo no es responsabilidad de Dios: nosotros nos tenemos que hacer responsables de la vida de nuestros hermanos y luchar juntos por ganar y compartir el pan cotidiano. En el Padrenuestro no le pedimos a Dios que “haga llover pan del cielo”, sino que le pedimos poder sentarnos todos en la misma mesa a compartir cada uno lo que tiene.
Por último, le pedimos que podamos cuidarnos como hermanos, perdonándonos y evitando toda tentación. Al final del Padrenuestro le pedimos a Dios que nos haga hermanos por el perdón y la reconciliación. Y le pedimos también poder vivir con la convicción de que todo hombre, por el mero hecho de ser hombre es nuestro hermano. Por tanto, nos sentimos llamados, desde la Pascua de Jesús a amarlo como Él mismo nos ama.
Rezar el Padrenuesto es decir:
“Padre de todos Que construyamos juntos la utopía del Reino Danos poder compartir juntos el Pan Porque queremos vivir verdaderamente como hermanos”
“Padre de todos
Que construyamos juntos la utopía del Reino
Danos poder compartir juntos el Pan
Porque queremos vivir verdaderamente como hermanos”
Hasta el próximo evangelio, un abrazo grande en el Corazón de Jesús.