Jesús dijo a la gente: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día”.
Jesús viene a decirnos que “Yo soy el Pan de Vida”, es decir hay un solo Señor capaz de darnos vida, capaz alimentarnos, capaz de saciar lo que quizás nos puede hacer pensar en una primera instancia: ¿Qué cosa consumimos? ¿De qué cosas nosotros nos alimentamos? ¿Cuáles son las cosas que buscamos para saciar nuestra hambre y nuestra sed? Sabiendo que tenemos un Señor que comparte nuestra misma condición humana, que vive como nosotros, que carga sobre su cruz nuestros pecados y que resucita para que nosotros también tengamos vida nueva y podemos vivir en definitiva como resucitados.
¿Qué cosas consumo cotidianamente que me alimentan? o ¿qué cosas consumo que no me alimentan, que no me hacen bien, que me alejan, que me separan, que incluso me hacen daño y no me hacen en definitiva llegar a la meta tan soñada, tan querida para la que Dios me crea ¿no? Ese fin para el que yo fui creado, soñado, querido, amasado en lo secreto, llamado por Dios.
Es verdad que Jesús dice que no solamente es Pan de Vida para algunos y sino para todo el mundo. Y es verdad que el mundo tiene hambre. Esto lo constatamos permanentemente: lo que vivimos en grandes ciudades y estamos rodeados de gente, por ejemplo en situación de calle, nos damos cuenta del hambre que hay en nuestras ciudades. Pero también podemos visitar cualquier pueblo del interior y vemos el pobrerío y vemos la necesidad también que hay de alimento para todas las personas que habitan este suelo humano.
Sin embargo también hay un hambre que no se ve tan sencillamente pero que está muy presente en nuestra sociedad, en nuestro pueblo y definitiva en el mundo entero: que es el hambre de sentido, el hambre de Dios, el hambre de todos aquellos que están buscando una razón para creer y hay un hambre de consuelo, un hambre de poder tener alguien que me escuche, de poder tener alguien que me abrace y poder tener alguien que pueda compartir mi sufrimiento y mi lucha diaria. No puede dar solamente uno de los dos panes; tenemos que dar los dos porque Jesucristo es justamente los dos panes: Pan material que alimenta la vida del mundo y Pan espiritual que viene a darle sentido radical, definitivo y total a nuestra vida. Hagamos las dos cosas.
Privilegiemos sobre todo el dar de comer, de las dos maneras. Es el pan del alimento que nos hace jugarnos la vida por amor y poner nuestra vida al servicio de hermanos. Que este tiempo de Pascua ayude para seguir convirtiéndonos de corazón para poder seguir haciendo opción por los más pobres, para poder junto a ellos hacer lo posible para que ellos también tengan su pan cotidiano. Y luchar también para que aquellos tiene su pan cotidiano asegurado se hagan las grandes preguntas acerca del sentido de la vida.