Miércoles 02 de Junio de 2021 – Evangelio según San Marcos 12,18-27

lunes, 31 de mayo de
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Se le acercaron unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este caso: “Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: ‘Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda’. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”. Jesús les dijo: “¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? El no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error”.

 

 

Palabra de Dios

Padre Sebastían García Sacerdote del la congregación Sagrado Corazón de Betharram

Donde deambula la muerte con sus mercaderes, en la pipa de paco, la bolsa de “merca”, el faso, la bolsita de poxirrán, donde la vida se pesa en una balanza y se distribuye en todos lados, sin diferencia social, sin sectores privilegiados ni barrios, donde las madres del dolor siguen sufriendo las pérdidas de sus hijos e hijas en manos de la droga, la violencia y el alcohol, nos abrazamos, “Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”

Acostumbrados a los índices de nuestra bendita América Latina, donde el hambre se hace moneda corriente y la mitad de aquellos que la padecen son niños y niñas, y a su vez tenemos los más altos índices de corrupción institucional, donde parece que la justicia, los funcionarios, los que ejercen su ministerio al servicio del Pueblo, miran para otro lado, levantamos nuestras banderas y dejamos eco: “Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”

Afligidos y agobiados, visitando tumbas y cinerarios, cementerios y campos santos, hacemos memoria de nuestros hermanos difuntos, de sus historias, de sus vidas, de su presencia que es ausencia y de su ausencia que nos hiela el corazón y el alma y así las lágrimas son proporcionales al amor que le tenemos y que también por eso los extrañamos, encendemos una vela, “porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”

Cuando reconocemos que la vida es don de Dios en nuestras manos, pero que a la vez se hace tarea para que otros tengan vida y vida en abundancia, para volver a confesar una y otra vez que el amor de Dios es incondicional en nuestras vidas y nunca va a cambiar, y que ese amor nos hace comunidad, nos revela como hermanos, nos junta, nos alienta, nos da vida nueva y nuevas oportunidades, cuando vivimos de veras en nuestras comunidades vivimos una fe en Jesús y Jesús resucitado, con la fuerza del Espíritu, clamamos al Padre y alrededor de un gran fogón, tendemos nuestras manos, nos unimos frente a la tiniebla, el mal, la oscuridad, la muerte y el pecado. ¿Porqué? “Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”.