Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Leemos hoy, en el día de Santa Faustina, el Evangelio de Lucas. Nos encontramos nada más y nada menos que con la oración central de los cristianos: el Padre Nuestro. En torno a este evangelio te propongo algunas ideas que pueden ser de ayuda en tu oración personal.
En primer lugar, vemos a Jesús orando. ¡Qué hermoso este testimonio que los evangelistas han querido dejar por escrito! Jesús era un orante. No es extraño que todos los milagros del Señor por ser tan sorprendentes estén cuidadosamente narrados. Tampoco es raro que esos discursos fuertísimos del maestro, donde hablaba con tanta autoridad y sabiduría hayan sido recogidos. Pensemos en las bienaventuranzas, en el discurso del Pan de Vida, o en esas palabras de Jesús en la última cena donde instituye la Eucaristía y el mandamiento del amor. Entre todo lo sorprendente y maravilloso que hay en la persona de Jesús es digno de ser contada esa intensidad que vivía de manera oculta en su oración personal; motor de todo lo demás que resulta fascinante en Jesús. Jesús oraba, y lo hacía como todo en él, de una forma sorprendente. Nos encontramos en los evangelios con muchos momentos de oración de Jesús: en montañas altas, alzando la vista a ciudades o simplemente mirando al cielo, buscando lugares retirados o en presencia de sus discípulos. Jesús oraba. Por eso no resulta raro que estos discípulos que no quieren dejar caer ni una migaja de las enseñanzas de su maestro le pidan “enséñanos a orar”.
Me pregunto esto: ¿Cómo habrá sido la oración de Jesús? ¿Cómo habrá sido su rostro en oración? ¿Cómo habrán sido sus posturas? ¿Qué habrá pasado por su corazón? Seguramente algo de esto llamó la atención de sus discípulos. La verdad que no sé cómo habrá sido, pero estoy seguro que ha sido una oración intensa y comprometida. Me gusta pensar que en esa oración también estoy yo, y estás vos. Jesús debe haber orado por toda la humanidad, por los pasados, presentes y por los que vendrán, como también lo hizo el Santo Cura Brochero y lo dejó escrito en su última carta. Una oración que nos abrasa y nos contiene.
Una segunda idea para meditar tiene que ver no ya con esa actitud de Jesús como orante, sino más bien con el contenido: “Cuando oren, digan Padre”. Jesús oraba y lo hacía en el encuentro con la persona amada del Padre, en una intimidad tan profunda que no somos capaces ni de imaginar. Y es esta la diferencia radical de la oración cristiana con cualquier práctica de meditación que la historia de la espiritualidad nos haya mostrado. Jesús no meditaba buscando poner la mente en blanco, o tratando de alcanzar un estado de concentración o relajación. Sino que simplemente hablaba con el Padre. Por eso la oración para los cristianos consiste en entrar en este diálogo salvífico que Jesús tiene con el Padre. No se trata de decir mucho, ni de pensar cosas, sino más bien de nombrar al Padre. Y de tanto nombrarlo internalizar que somos hijos. Jesús nos enseñó a decir Padre Nuestro para que podamos grabar en nuestro corazón la voz del Padre que nos dice: Tu eres mi hijo amado.
Te invito a que si está en tus posibilidades reces ahora el Padre Nuestro con esta convicción: Vos sos un hijo amado. Vos sos una hija amada.