Miércoles 08 de Febrero de 2023 – Evangelio según San Marcos 7,14-23

lunes, 6 de febrero de

Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!”. Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. El les dijo: “¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?”. Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: “Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.

 

Palabra de Dios

Padre Nico Ceballos | Sacerdote de la parroquia San Juan Bosco de la Diócesis de Mendoza

 

 

El evangelio de hoy nos regala una fuerte declaración por parte del Señor. En los tiempos del Antiguo Testamento existían una serie de sentencias que prohibían el consumo de un determinado tipo de alimentos. Una suerte de dieta de santidad, que declaraba la pureza e impureza de ciertas comidas, especialmente las que provenían de determinados animales.

El Señor es claro: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo”. Es decir, ningún alimento, que provenga de la naturaleza, que sea fruto de la creación puede causar la enemistad con Dios al momento de ingerirlo. Nada de eso nos puede manchar.

Pero también advierte el Señor: “Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”. Y aquí ¡hasta se nos van las ganas de comer! ¡Que verdad la que el Señor nos acaba de proclamar!

Comprobamos que nuestro corazón es un lugar que alberga el tesoro más profundo. Muchos lo llaman el sagrario del hombre, es decir, el lugar donde está la presencia divina. Desde ahí escuchamos la voz de Dios que ilumina nuestro día a día y que suscita en nosotros la fe para el camino, la esperanza en la dificultad y la caridad para con Dios y nuestros hermanos.

Comprobamos por otra parte que, en ese sagrado lugar, también se alberga el pecado del hombre. Y cuando el pecado se ha anidado en el corazón comienzan a brotar de él a borbotones todas esas impurezas que lo que tocan manchan, y lamentablemente muchas veces también, lo que tocan lo hieren.

Me gusta pensar que el corazón del hombre es como un gran castillo para un Rey. No es una idea mía. Santa Teresa de Jesús dirá que es un castillo lleno de moradas, habitaciones en las que se puede entrar cada vez más adentro hasta llegar a la habitación principal, donde vive Nuestro Señor. Siguiendo la analogía del Castillo interior Santa Teresa nos dice que afuera del castillo viven una serie de alimañas que buscan distraernos en el camino espiritual, que con su fealdad, nos desorientan y aterran alejándonos de la meta evangélica.

Con este Evangelio te invito a que hagamos el camino interior. Se trata de irnos cada vez más para dentro en la búsqueda del amado. La propuesta es sencilla y tradicional: la oración, la vida de sacramentos, los actos de caridad nos ayudarán a vivir esta vida de pureza espiritual. Si nos apartamos de este camino, las mismas alimañas interiores que el Señor se encargó de enumerar en este evangelio, saldrán con su fealdad y nos robarán el estado de pureza que el Espíritu de Cristo ha soñado para nosotros.

Pidamos al Señor tener un corazón puro, propio de los Bienaventurados. Que de él solo broten alabanza, acción de gracias y bendición para nuestro Buen Dios.