Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Hoy escuchamos este hermoso texto del Evangelio. La imagen que Jesús nos presenta es la de la vid.En esta gran viña que es la creación de Dios, se nos propone este relato para meditar en torno a la intimidad tan profunda que hay entre Jesús y los que son sus discípulos. Nosotros somos los sarmientos y Él es la vid.
Desde las tierras mendocinas que me toca habitar la imagen es muy decidora. Los sarmientos separados de la vid no sirven para nada más que para caldear los hornos de la gente de los pueblos y preparar un rico pan casero. El sarmiento seco y solitario solo sirve para leña. Pero cuando el sarmiento se deja tocar por la sabia de la vid sirve como estructura para sostener un viñedo. La vid y el sarmiento son una unidad que dan como fruto la uva buena, dulce y brillante.
Así es la unidad a la que Dios nos ha llamado a vivir. Entre el discípulo misionero y el Señor Jesús, debe existir un vínculo tan profundo en el que sin Él nos descubramos tan poca cosa. Pues sólos nuestra vida se llena de sin sentido, andamos como bollando sin saber cuál es nuestro para qué, cuál es nuestro para quién.
Por eso en primer lugar, te invito a que puedas pedir a Dios el don de vivir esa intimidad. El evangelista Juan expresa ese vínculo de comunión y unidad con esta imagen de la vid, y con la palabra que tantas veces repite en su evangelio: “permanezcan en mí”. Permanecer significa animarnos a echar raíz en Dios. Dios nos ha creado para esa unidad de vida interior con él.
En segundo lugar, pensemos en la imagen de la poda. En la parábola que escuchamos hoy se nos dice: “ustedes ya están limpios por la palabra que yo les he anuncié”. La Palabra de Dios tiene esa capacidad de mostrarnos lo esencial de la vida y revelar también aquellas cosas que son totalmente accesorias. Muchas de ellas nos roban esa sabia vital y hacen que en nuestra vida los frutos se vean disminuidos. ¡Si! hoy Dios te quiere podar dulcemente con su palabra, lo hace con ternura porque sabe que tenés más fruto guardado. ¿De qué te tendría que podar Dios? ¿Qué cosas, acciones y situaciones te están robando vida y no están dando fruto? Pensalas, rezalas y ofrecelas a él.
Por último, pensemos en el fruto. La vida cristiana no se trata de intimismo. Una buena manera de “medir” nuestra vida espiritual es animarnos a preguntarnos más allá del tiempo que dedicamos a la oración, más allá de las oraciones que rece o de los sentimientos que en ella aparezcan. Nos debemos preguntar por lo frutos de caridad que descubrimos. Frutos nuevos que irrumpen en nosotros casi sin planearlos. Son esos golpes de amor que experimentamos cuando nos sentimos desafiados frente a la realidad de los otros que tenemos al lado. Son los gestos pequeños, grandes, brillantes y dulces que sirven de alimento para tantos hermanos que andan como desabridos y que el Señor nos pide amar.Yo soy la vid, ustedes los sarmientos nos dice el Señor. Gracias Padre bueno por ser el viñador que ama tanto su viña. Que encuentres en nosotros sarmientos bien unidos y arraigados, capaces de dar fruto bueno.