Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?”. Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?”. El respondió: “Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'”. Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”. El respondió: “El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús.
Hoy es miércoles santo y ya nos metemos de lleno en lo que va a ser el Triduo Pascual, el misterio de la Pascua de Jesús.
Y en el evangelio de hoy se da una de las escenas más fuertes, más patéticas, más terribles de la Buena Noticia: la traición de Judas. Ese mismo que ahora se sienta en la misma mesa con Jesús y el resto de los Doce. Uno de los que se sirve del mismo plato. Uno de ellos. Uno de sus amigos. Uno de los entrañables. Uno que estuvo desde el principio. Uno de los que fue testigo ocular de todo cuanto Jesús es y hace. Uno que lo siguió de cerca. Uno que estuvo a pleno con él. Uno de aquellos que tenía un lugar privilegiado en el Corazón de Jesús. Bueno. Ese lo traiciona. Ese se lo entrega a los jefes de los judíos. Y lo hace por treinta monedas de plata.
¿Alguna vez te pusiste a pensar qué significan esas treinta monedas? ¿O por qué son esa cantidad? Es raro que la comunidad que escribe el evangelio de Mateo lo deje librado al azar. A Mateo le preocupa el AT porque el evangelio va ser el modo de anunciar a los cristianos que venían de la fe judía. Por eso las referencias al Primer Testamento. Y respecto a las monedas de plata, encontramos dos referencias: el profeta menor Zacarías y antes, el libro fundacional del Éxodo.
Yo les dije: “Si les parece bien, páguenme mi salario; y si no, déjenlo”. Ellos pesaron mi salario: treinta siclos de plata. Pero el Señor me dijo: “¡Echa al Tesoro ese precio en que he sido valuado por ellos!”. Yo tomé los treinta siclos de plata y los eché en el Tesoro de la Casa del Señor. Después quebré mi segundo bastón “Vínculo”, para romper la fraternidad entre Judá e Israel… (Zac 11, 12-14)
“Y si el buey embiste a un esclavo o a una esclava, el dueño del animal pagará treinta siclos de plata al dueño del esclavo, y el buey será muerto a pedradas”. (Ex 21, 32)
No es cuestión de estudiar por estudiar y cansar con citas. Lo que queremos rescatar es que Jesús al ser entregado por treinta monedas de plata, que no es la moneda romana sino más bien siclos mesopotámicos comunes en su época y que algunos aventuran que a precio de hoy serían algo así como nueve mil euros, asume dos figuras claves: la del esclavo muerto y la del pastor no reconocido. Pareciera más tirado al azar todo esto, pero no. Jesús entiende que si quiere ser coherente con sus hechos y palabras, la vida lo va a llevar a una última entrega por amor. Cabe destacar entonces que la Cruz de Jesús no es un hecho de amor aislado o extraordinario, sino la entrega definitiva que va a dar lugar y sentido a todas las otras entregas. Todo en la vida de Jesús es donación; es vivir en por del otro, es esconder su divinidad y abajarse, a tal punto de que no le queda más que entregar su propia vida por entero en un último, santo y definitivo acto de amor.
Y para referirse a esto, Mateo toma la entrega de Jesús como promesa cumplida de esas dos figuras claves del AT: el esclavo que muere y el pastor desconocido. Eso es Jesús. Es quien toma la condición de esclavo y de víctima para ponerse en el lugar de todas las víctimas y de todas las esclavitudes. Es aquel que elige el peor lugar para que nunca nadie más lo tenga. Es el que elige entregarse Él en la Cruz para que nunca más ningún hombre viva y muera en vano; es el pastor que no va a ser reconocido como tal y que por eso va a ser condenado a la peor de las torturas y la muerte por el poder político, socio-económico y religioso de su época.
Jesús encarna las dos figuras y las asume para sí. Jesús es el pastor esclavo y el esclavo pastor que viene a cumplir sus promesas y no abandona a su Pueblo. ¡Ese es nuestro Dios! El Dios que comparte en todo nuestra condición menos en el pecado, para hacerse esclavo de todos, -y un esclavo que muere-, para convertirse en pastor, pero que tampoco va a ser reconocido como tal por lo de su época, aunque sí por los verdaderos creyentes.
Miércoles de Pasión y de las más terribles de las traiciones: la del amigo, la del propio, la del íntimo, que no quiere problemas, que es un cobarde, que no quiere vivir. Y en el culmen del sinsentido soez y traicionero, recibe treinta monedas de plata sin darse cuenta que de esta manera da cumplimiento a las profecías de la Primera Alianza, la del esclavo que muere y la del pastor mal pago y no reconocido. Solo una cosa le ha faltado a Judas: creer que aún en la traición, el amor de Dios sigue siendo incondicional y su Corazón está dispuesto a perdonar todo…