Miércoles 13 de Octubre de 2021 – Evangelio según San Lucas 11,42-46

martes, 12 de octubre de
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«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!”. Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»

 

 

Palabra de Dios

Padre Sebastian Garcia sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

 

El evangelio que nos regala la liturgia en el día de hoy nos presenta esta arremetida de Jesús contra los escribas y fariseos.

Lo primero que vamos a decir es que Jesús no condena a todos sin más sino que sus palabras se aplican a aquellos que por sobre todas las cosas tienen como rasgo esencial de su vida y de su práctica a la hipocresía. Es decir, aquellos manipuladores que se esconden detrás del ministerio religioso de su época. Y un tema que transita todo el texto de hoy es la muerte. “Sepulcros blanqueados” y “tumbas de los justos” nos pone en clima de muerte. Y podemos entonces hacer coincidir la hipocresía como una manera de morir, un modo de estar espiritualmente muerto.

Claro está que el problema no está en que sean fariseos y escribas. De hecho, los fariseos son los descendientes de los hasidim, aquellos que lucharon ferozmente contra la ocupación seléucida y cuyo testimonio se recoge en los dos libros de los Macabeos. Es decir, eran aquellos que habían sabido preservar la verdadera fe y la habían protegido contra las fuerzas invasoras.

Con esto decimos que el problema no es ser o no fariseo o escriba, cuánto haber matado el sentido, hondo, pleno y profundo de la Ley. La queja y condena de Jesús no es sobre la clase religiosa o la Ley, sino sobre la profanación de esta mismo interpretándose para beneficio personal, cayendo en el materialismo, el hedonismo y el provecho personal de mil maneras posibles.

Forzar la Ley para beneficio personal o para eximirse de su cumplimiento no es sino una verdadera muerte en vida que hace imposible no sólo toda dimensión trascendente de la persona, sino también el manipular y ejercer poder sobre los más débiles. Todo esto es lo que reprocha Jesús.

Nosotros, cristianos y cristianas del siglo XXI, podemos correr la misma suerte de los fariseos. El fariseísmo no es algo ajeno a la Iglesia. La tentación de torcer el Evangelio para beneficio personal y librarlo de sus exigencias más profundas es moneda corriente en la vida de la Iglesia. Incluso abre la puerta para que se produzcan abusos de mil maneras posibles. Hoy la Iglesia sangra con esta realidad que tenemos que asumir de una buena vez y hacernos cargo. Manipular el Evangelio para que diga lo que yo quiero decir no sólo nos hace despreciables, sino que es una tremenda tentación muy vigente en nuestras comunidades eclesiales. Es morir en vida, privar y privarnos de una vida llena de luz que pueda ser el definitivo de nuestra vida.

Lo judíos creían que los sepulcros eran impuros y hacían impura a la persona que los pisaba. Por eso se los blanquea, para que los que los pisan no sepan, no se den cuenta y no se hagan impuros. Que podamos aprender también nosotros entonces la verdadera libertad del Evangelio de Jesús en prácticas libres y que generen libertad; ese don tan codiciado en la Iglesia Católica y que tanto nos cuesta alcanzar y vivir. Y que no seamos de ninguna manera sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre y muerte, pero que le echamos arriba un tierno barniz de cristiandad que nos deje la conciencia tranquila, si es que tranquila puede estar. Manijear el evangelio para hacerlo coincidir con nuestras ideas fijar y nuestros fanatismos nos envilece, oprime y nos oprime y nos quita la libertad y la verdadera alegría.

Demos el paso y animémonos a una fe que no narcotice conciencias, manipule, abuse, oprima y muera, para resucitar a una vida evangélica y teologal según el corazón de la alegría del Evangelio que no defrauda.