Miércoles 16 de Marzo de 2022 – Evangelio según San Mateo 20,17-28

lunes, 14 de marzo de
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Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:
“Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará”. Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. “¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. “No saben lo que piden”, respondió Jesús. “¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?”. “Podemos”, le respondieron. “Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre”. Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

 

Palabra del Señor

Padre Sebastían García sacerdote de la Congregación del Sagrado Corazón de Betharram

 

 

Seguimos adelante en esta cuaresma y la liturgia nos regala este lindo texto de evangelio de Mateo sobre el carácter de la autoridad y la necesidad del servicio.

Los amigos cercanos de Jesús, a causa del pedido de la madre de los hijos de Zebedeo, de querer ubicarlos uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor, se enojan entre sí y empiezan a discutir sobre quién es más grande, indignándose. Y no es coincidencia que todo esto pase después del anuncio de la Pasión. Es decir, Jesús anuncia el misterio de su Pascua y automáticamente dos quieren acomodarse, los otros se indignan y empieza la discusión, ambiciosa, sobre quién es el mejor de todos y el más grande. Todo así. Todo opuesto al espíritu de las palabras de Jesús que nos anuncian su misterio pascual.

Este es un gran contraste, verdaderamente. Porque la actitud de los apóstoles es diametralmente opuesta a lo que anuncia Jesús. La Pascua es sobre todas las cosas, la plena conciencia de sí y de la propia vida y entender que si quiere ser vida verdadera se tiene que entregar por amor. Ese es el misterio último de las obras y las palabras de Jesús. Ese el quid de la salvación. Ese es el centro del anuncio gozoso del Evangelio. Jesús va a ser aquel que no se guarda la vida, sino que, porque no se deja ganar en generosidad, se sabe tan dueño de ella que la puede entregar y entregar por amor. Los pobres apóstoles todavía no se saben dueños de nada y por eso buscan seguridades: sea por ocupar puestos y “acomodarse” cerquita de Jesús; sean porque, indignados, quieren ser los mejores y más grande, nada más ni nada menos que ejerciendo el poder y la autoridad, como lo hacen los jefes y los poderosos de las naciones paganas. Frente a Jesús que les habla de ser libres para entregar la vida, ellos buscan guardársela.

Creo que todo esto tiene mucha actualidad en nosotros y en cada una de nuestras comunidades, especialmente en este tiempo de peregrinación a la Pascua: Jesús da el anuncio y quizás nosotros podemos seguir enroscados en discusiones, peleas, búsquedas de seguridad, indignaciones, falsas pretensiones y el deseo de acomodarnos. Nada de esto tiene que ver con el Evangelio de Jesús, sino más bien con esa mentalidad mundana que no separa de Dios y de nuestros hermanos. Tampoco nosotros estamos exentos de poder percibir esto como una verdadera tentación: alejarnos de Jesús, quedarnos en la nuestra y vivir con un espíritu contrario al de la Pascua.

Todo el proceso de discípulos misioneros tiene que ver con ir cada vez más ganando en libertad, en hacernos cada vez más libres para poder amar y entregar la vida por amor. De eso se trata ser cristiano: como otro Jesús, oponiéndome a la mentalidad del mundo, por la fuerza del Espíritu, llegar a cumplir la voluntad del Padre. Y eso es amarnos como hermanos. Y eso es entregar la vida por amor, especialmente a aquellos que más necesitan de la ternura y la misericordia de Dios. Oponernos a la mentalidad de la Cultura de la Muerte y el Descarte, tan cultivada por los jefes de las naciones y los poderosos para hacer posible la globalización de la solidaridad. Porque grande es el que sirve y el primero el que se hace servidor de todos.