Miércoles 17 de Noviembre de 2021 – Evangelio según San Lucas 19,11-28

lunes, 15 de noviembre de
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Jesús dijo una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. El les dijo: “Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: ‘Háganlas producir hasta que yo vuelva’. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’. Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más’. ‘Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades’. Llegó el segundo y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más’. A él también le dijo: ‘Tú estarás al frente de cinco ciudades’. Llegó el otro y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado’.
El le respondió: ‘Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses’. Y dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más’. ‘¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!’. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”. Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.

 

 

Palabra de Dios

Padre Sebastián García sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

 

 

La parábola de los talentos nos hace pensar de lleno en los dones y capacidades que nos regala Dios cuando nos sueña, nos hace, nos crea, nos teje en el silencioso vientre de nuestras madres. Y lo primero que podemos y tenemos que decir es que Dios da talentos a todos. Según su capacidad. Pero a todos. Nadie se queda afuera del amor de Dios que nos hace tener talento.

Vale la pena aclarar que los talentos son monedas corrientes en la época de Jesús. Pero nosotros lo hacemos extensivo a las capacidades, todas distintas y por eso originales que Dios nos regala para poder vivir en esta vida al estilo de Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien. Todos nosotros somos capaces de algo. Todos podemos hacer algo con nuestra vida. Todos estamos llamados a algo. Todos entonces somos dignos. Todos somos amados. Todos podemos encontrarle el sentido de la vida a aquello que vivimos todos los días.

Y lo lindo de la parábola es hacernos pensar que no es más quién más recibe, sino más bien aquel que es capaz de “trabajar” su talento, su capacidad, su don, su vida. No podemos ser mezquinos y pensar que Dios ama más a los que más talento tienen o reciben; todo lo contrario, Dios ama a todos y lo que quiere es que aquello que recibimos, mucho o poco, pero nuestro, lo hagamos dar fruto. Y cuando decimos esto, hablamos en concreto de poner nuestra vida al servicio de una causa que valga la pena, una causa que no perezca en el tiempo, una causa que trascienda y vaya más allá de toda ideología y pensamiento. La causa del Reino de Dios anunciado e instaurado por Jesús.
De esta manera creo que el problema o el gran pecado de aquel que recibió un solo talento, no es que recibió solo uno, sino que, por temor y miedo, enterró su talento. ¡Ni siquiera lo intentó! Se guardó la vida. Quizás si a la vuelta de su señor, le decía que lo había intentado, que había empezado, que buscó la manera de hacerlo dar algo… Pero no. Seguramente su señor lo hubiese perdonado. Pero ni siquiera lo intentó. Balconeó la vida. La miró desde afuera. No quiso meterse. Quiso estar a salvo. No afrontar el conflicto. Renegar de vivir en definitiva. El gran pecado de quien recibió un solo talento es que se privó de vivir por miedo.

Poné tu talento, tu capacidad, tu vida, tu corazón al servicio de los pobres. Para ser más vos. Para ser más “nosotros”. Para ser de veras Iglesia Católica creyente, pero también creíble.