Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros. porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: ‘Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ‘¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?’. Ellos les respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Entonces les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros’. Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada’. El propietario respondió a uno de ellos: ‘Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
Una de las páginas duras de digerir la del evangelio de hoy. Un amigo de la facultad, hace ya unos 20 años atrás me decía: “Esta es la página del evangelio que se me hace más difícil de digerir…” Y es verdad. Porque ajustados a la lógica meritocrática y de exitismo, nos revienta que los trabajadores de la primera hora ganen lo mismo que los de la última. Nos cuesta digerir y nos cuesta entender.
El texto repite al inicio y el final la misma frase. “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. Esta es la lógica del Dios que Jesús nos viene a anunciar. Y que tiene bastantes particularidades que nosotros podemos enumerar y distinguir en el texto de la Palabra de hoy y que nos pueden llevar por la gracia del Espíritu de Jesús a reflexiones más profundas todavía.
Lo primero es que Jesús nos habla del Reino. Y este Reino actúa desde muy temprano. Es decir, no se deja ganar en generosidad y sale bien tempranito, antes que nosotros nos demos cuenta o que nosotros hayamos amanecido, a buscarnos. Es un Reino que existe antes que nosotros y después de nosotros seguirá existiendo aún.
También es el Reinado de un Dios que busca hacerse encontrar. Es decir, no sale una sola vez y listo. No. Sale bien temprano, -de madrugada-, a media mañana, a mediodía, a la tarde y a última hora. Cinco veces en el día. ¡Es mucho! ¿No te parece? De esta manera el Reino de Dios, en la persona de Jesús, se nos manifiesta como un Dios generoso, en permanente salida, que busca incluir, que nadie se quede afuera y que sea de todos. En definitiva por ahí va el sentido de la Palabra de hoy. Las cinco veces que sale el dueño de la viña es la permanente salida de Jesús en pos de vos y de mí y de todos los varones y mujeres que habitamos este suelo. Es el permanente querer existir en pos de otros para que otros tengan vida y vida en abundancia. Jesús es el rostro de un Dios que incluye, tanto que a los que no pudieron trabajar, los contrata tan solo para que trabajen una hora. Pero los contrata. No los deja en la plaza. No los abandona. No mira para otro lado. No descarta. No se desentiende. No invisibiliza. No pasa de largo.
¡Eso es lo lindo del anuncio del Reino! Nadie se queda afuera y todos podemos encontrarnos adentro. La condición: aceptar con libertad la propuesta de Jesús. Fiarnos de él y de su palabra. De su Promesa.
Y tanta radicalidad hay en el actuar de este Dios incluyente que anuncia Jesús, que aquellos que fueron contratados al final del día, son los primeros en ser llamados. Y cobran lo pactado a modo de jornal: un denario. ¡Esto provoca alegría en todos! Todos contentos conque los últimos cobren lo pactado. Ahora la bronca viene cuando llegan los últimos, que han sido los primeros contratados al ver que cobran el mismo denario que los demás. Ahí la ruptura. Ahí el quiebre. Ahí la realidad. Ahí la verdadera mentalidad de comercio y mercado que tenemos todos en el corazón. Y ahí se desnuda que la alegría del inicio no era porque el Señor sea bueno con todos sino porque vanamente los primeros en ser contratados piensan que van a cobrar más. Ni siquiera les importan los “obreros de la última hora”. Les importa lo que ellos van a ganar. Y la desilusión al ver que es lo mismo.
A muchos de nosotros nos puede amargar este evangelio de la misma manera y del mismo modo que los obreros de la primera hora.
Y es de entender que nos amarga, porque justamente nos consideramos obreros de la primera hora. Nunca de la última. Porque nosotros somos los buenos, los santos, los piadosos, los que cumplimos, los que vamos a misa o militamos fervientemente conque hoy nos la devuelvan (como si alguien la hubiese secuestrado…), los de siempre, los casi santos… Ahora… ¿si nos cambiamos de lugar? ¿Si nos ponemos en el lugar de los últimos? ¿Qué sentimos?
Lindo ejercicio para hacer en esta pandemia. Creo que una de las principales tentaciones es pensar siempre que nosotros somos siempre los buenos de la película, los mejores de la Iglesia. ¿Y si no es así? Me imagino la doble alegría de los últimos obreros que terminaron siendo los primeros: no sólo alguien salió a contratarlos, sino además les pagó acorde a lo acordado. No los negreó. No abusó. No les puso excusas. Fue justo. ¿Podemos imaginarnos la dignidad que eso trae consigo?
La clave va a estar entonces en que los últimos serán los primeros, porque tenemos nosotros que asumirnos como últimos. Y así dejar que Dios nos solo sea Dios. Sino además que sea bueno. De otra manera, vamos a seguir quejándonos injustamente frente a un Dios que quiere ser bueno con todos, mientras nosotros queremos ser justos con algunos…