Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: “Ven y colócate aquí delante”. Y les dijo: “¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: “Extiende tu mano”. El la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
“Señor toma mis manos, que ellas sean tus manos. Hay tantos que necesitan que Tu les lleves Tu caricia. Hay tantos que necesitan que Tu los sostengas. Hay tantos que han caído y necesitan Tu mano amiga para levantarse. Señor toma mis manos, que ellas sean tus manos.“
“Señor toma mis manos,
que ellas sean tus manos.
Hay tantos que necesitan
que Tu les lleves Tu caricia.
que Tu los sostengas.
Hay tantos que han caído y
necesitan Tu mano amiga
para levantarse.
Señor toma mis manos,
que ellas sean tus manos.“