Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo sanaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?»
Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» Él la extendió y su mano quedó sana.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él.
«¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?»
¡Qué linda pregunta la que lanza Jesús!
Frente al poder político (herodianos) y al poder religioso (fariseos), Jesús se la sigue jugando por entero. No es que quiera quebrantar reglas y normas así porque sí como si fuera un loco sin causa o un mero contestatario. Nada de eso. Jesús es el Hijo del Hombre que tiene poder sobre el sábado. Y por tanto, puede aún en sábado, curar y hacer el bien.
Esto tiene que ver con una antigua tradición hebrea de los primeros tiempos. Según el Génesis, Yahvéh crea el mundo en siete días. Mejor dicho. En seis y el séptimo descansa. De ahí la observancia del sábado como día consagrado al Señor. Ahora bien, de acuerdo a los 613 mandamientos del judaísmo, en el que se prohibía un gran número de cosas para poder descansar y consagrar el día, había algo que el hombre de por sí no podía evitar hacer. Y esto es nacer y morir. No lo podemos controlar nosotros. Entonces nace esta tradición: el sábado, Yahvéh da la vida y la quita. Porque es lo que pasaba en sábado.
De esta manera, Jesús no sólo se muestra misericordioso con el de la mano paralizada, curándolo, sino que afirma su señorío: Jesús es Dios mismo, porque en sábado, da la vida. No sólo afirma que el sábado es para descansar y consagrarlo al Señor, no sólo nos dice que en sábado está permitidísimo hacer el bien, no sólo se pone del lado del bien de la salud del tullido sino que también y de una manera contundente afirma su Señorío y su ser igual a Dios. Por ser el Hijo de Dios hecho carne puede (¡y debe!) dar la vida. Él, que es el autor de la Vida y de allí le viene la autoridad, no puede ni quiere guardarse la vida para sí, sino que la quiere entregar en abundancia. Jesús es el Dios de la Vida y de toda vida que entrega su vida por amor.
Que esto nos permita dos cosas ejemplares: una, poner la salud y la vida de las personas antes de normas, mandatos y rúbricas. Otra, reconocer a Jesucristo como verdadero Dios y Autor de la Vida y de la Salvación para entregarle definitivamente nuestra vida y amor.