Miércoles 19 de Febrero del 2020 – Evangelio según San Marcos 8,22-26

martes, 18 de febrero de
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Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: “¿Ves algo?”.

El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: “Veo hombres, como si fueran árboles que caminan”.

Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: “Ni siquiera entres en el pueblo”.

 

Palabra de Dios


Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

Hoy compartimos el pasaje de la curación de este ciego al que el Señor lleva aparte, Marcos 8, del 22 al 26. Jesús nos sigue enseñando y ese es el desafío que constantemente nos propone la Palabra de Dios: llevar eso a nuestra vida, hacerlo nuestro, hacerlo carne, vivirlo y transmitirlo a los demás. De eso se trata tener una mirada joven. Es una mirada que no tiene que ver con la edad cronológica sino más bien con dejarse sorprender por Dios. Te dejo algunas ideas.

En primer lugar, imitá la pedagogía de Jesús. Llama la atención que esta curación se da por etapas, ¿no? Jesús tranquilamente podría haber sanado a este hombre en un instante, sin embargo se toma su tiempo y lo acompaña en su proceso. Es algo con lo que nos podemos quedar, con la pedagogía y la paciencia de Dios. Somos procesos, estamos hechos de procesos. Vos y yo hemos pasado por etapas, por eso Dios es paciente con nosotros. Fijate que este ciego va recuperando la vista en la medida en que se encuentra con el Señor y va entrando en diálogo con él. No solemos sanarnos de un día para el otro. Por eso qué lindo pedirle al Señor que nos vaya acompañando mientras nos va sanando. Qué lindo que no nos quedemos con reconocer por arriba su presencia en nuestra vida, sino que podamos profundizar. Confiá en que esto es lo que el Señor quiere hacer en vos, que no te gane la ansiedad. Acordate que la vida de la fe es un camino de crecimiento, de asumir las limitaciones y de mirar siempre a Jesús.

En segundo lugar, lo que te pasa es importante. Con el Señor nada es a las apuradas. Da la sensación de que Jesús tiene todo el tiempo del mundo para este ciego y también lo tiene para vos. La peor tentación que podés tener es pensar que lo que te pasa no le importa a nadie, que hay otros que tienen problemas más grandes. Cuando esto pasa, nos encerramos y cuesta mucho salir. Más vale ponete en el lugar de este ciego y dejá que el Señor te transforme. A Él le importás, no te dejes engañar por otras voces. Ese Dios hecho hombre que se vinculaba con grandes multitudes a la vez es capaz de dedicarte tiempo y atención. ¿Qué te gustaría que sane en vos? Dejate mirar y tocar por Él. Que te libere de todo lo que te impide ver con claridad.

Por último, volvé a tu casa. Cuando sana a este hombre, Jesús lo manda a su casa. Creo que es importante detenerse en este detalle porque el mismo Señor dice en otro pasaje del Evangelio que nadie es profeta en su tierra. Esto que parece una contradicción en realidad es fundamental porque el primer anuncio lo hacés entre los tuyos. La misión empieza por casa, la misión empieza por tu familia, por tus amigos, por tu trabajo, por tu comunidad. La misión comienza cuando cambia tu mirada, cuando podés salir a la calle y en ese hermano o hermana que te pide, en ese enfermo que visitás, en el que está solo y sufriendo ves a Jesús. Convertite en instrumento del amor de Dios, pedí la capacidad de pensar en los demás. Recuperá la mirada de Dios, que no es solo intimidad, sino también involucrarte a fondo desde la misericordia. Pensá hoy a quién podés acercar a Jesús y confiá en el Dios de las sorpresas.

Que tengas un buen día, y que la bendición del Buen Dios, que es Padre, el Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.