María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Estamos atravesando esta novena de preparación para la navidad. Ya las lecturas nos ponen en sintonía con el momento que celebraremos en apenas un par de días. Jesús va a nacer para ser nuestro salvador. Contemplamos la escena donde María, llena de la vida nueva que la Palabra de Dios ha engendrado en su seno virginal, visita a su prima Isabel y recibe el saludo que nosotros repetimos al final de cada Ave María: “Tu eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”.
Te invito a que contemplemos una sola idea. Con esa nos basta. Dice Isabel: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Isabel, hoy tomamos tus palabras y las hacemos nuestra oración. Recemos juntos:
Madre de Jesús, que te abres pasos en el servicio a Isabel embarazada. Tú que también llevas vida en tu interior no mezquinas en presencia, calidez y protección.
Madre de Jesús, que caminas largos tramos anidando en tu interior la esperanza que el ángel sembró con su saludo. Tu caminante y Madre, confeccionas en tu seno a quien se revelará como Camino al Padre, como Hijo.
Madre de Jesús, que en tu más tierna pequeñez ya eras un fruto maduro para decirle sí a Dios. Tú que te haces toda disponible para un plan que es más grande que todo plan.
Madre de la visita, de la visita generosa, prolongada y fecunda. Ven a nuestro encuentro en este adviento que va pasando. Ven con esa luz, que no es tuya, sino de Dios, pero que te hace tan radiante en tu interior.
Y cuando te siento venir, alegre y sobrepasado de esa gracia que te hace llena, caigo en conciencia de mi diminuta pequeñez, y no puedo dejar de repetir:
¿Quién soy yo para recibir tan desmedido amor de Dios? ¿Quién soy yo para nombrarte como Madre? ¿Quién soy yo para que tu abrazo me pertenezca de tal manera que lo sienta abrazo materno? ¿Quién soy yo para recibir tu visita? Gracias Madre mía, por acompañar a Isabel en el momento en el que en su interior se gestaba la vida. Gracias Madre mía, porque ahora me acompañas a mí. Mi corazón está fecundado con la Palabra de Dios y espera la Navidad, espera el nacimiento del salvador.
Que Dios bendiga estos días de preparación para celebrar el nacimiento de su Hijo, nuestro Redentor.