Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
40 días antes del Domingo de Ramos damos comienzo al Tiempo de Cuaresma. La puerta de entrada a este tiempo es estrecha, como suele ser en el Espíritu del Evangelio. El miércoles de cenizas es una invitación a la humildad que nos recuerda que del polvo venimos y al polvo vamos.
El origen de este día, en el que se imponen las cenizas sobre la cabeza de los fieles está inspirado en la práctica de las comunidades cristianas de la antigüedad. Durante todo el tiempo cuaresmal los penitentes manifestaban públicamente su arrepentimiento por medio de una vestimenta rústica y se llenaban el pelo de cenizas, como un signo de su deseo de recibir el perdón de sus pecados. Deseo que se vería efectivo en el Jueves Santo que limpiaría sus pecados con la Sangre de la Nueva Alianza, en el Viernes Santo donde sus pecados serían los que crucificarían al maestro, y en el Sábado Santo donde esperarían anhelantes la resurrección del Señor que los llenaría de la Vida Nueva que nace de lo alto.
El cabello ha sido siempre un signo de belleza. Existe un sinfín de productos que nos ayudan a preservarlo y enaltecerlo. El mismo ha sido signo de seducción para las mujeres, y de gran poder para los hombres. (Recordemos esas grotescas pelucas de los magistrados que destacaban su nobleza e importancia). Las cenizas en el cabello tratan de resaltar todo lo contrario. Son ellas un signo de humildad y pequeñez que nos recuerdan nuestro origen y nuestro destino. Llevar las cenizas en el cabello o en la frente son una expresión visible del deseo de conversión que suscita el Evangelio de Jesús. Llevar las cenizas expresa el compromiso de querer pasar por esta puerta estrecha, y vivir un santo tiempo de cuaresma.
La meta es la conversión del corazón. Y los medios para realizarla son los que nos propone el Evangelio de hoy: la limosna, el ayuno y la oración.
La limosna es la Santa práctica por la cual compartimos con los que menos tienen. La idea de limosna nos suena a monedita que mezquinamente damos. Obviamente el evangelio nos desafía a algo más comprometido. Limosna no es dar de lo que me sobra, sino más bien, compartir con otro lo poco que tengo.
El ayuno va de la mano con la limosna. Nos privamos del alimento para recordarnos que lo esencial en la vida cristiana es sentir hambre y sed de Dios. Pero con ello no mostramos nuestro heroísmo y nuestra fuerza, sino más bien, nuestro deseo de comunión. Si hacemos ayuno también es para compartir con los que menos tienen. Lo que ayunamos se puede convertir en la limosna que ofrecemos.
Por último, uniendo y dando sentido a las dos anteriores, la oración. En este tiempo de Cuaresma que comenzamos queremos vivir una oración más intensa que nos ayude a integrar en nuestra vida las prácticas personales y comunitarias. Una oración que sea diálogo de amor y que clame en cada palabra y cada silencio el deseo de que nuestro corazón se vuelva a Dios.
En este día Santo no dejes de ir a misa. Acércate humildemente a la Casa del Señor para que él te repita las suaves y tremendas palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Que tengas un Santo comienzo del tiempo de cuaresma.