Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
La mención a los falsos profetas tiene que ver con algo histórico en la historia del Pueblo de Dios. Siempre han sido un dolor de cabeza y hasta una amenaza para los verdaderos profetas del AT. Casi igual que han sido los falsos doctores y maestros en las primeras comunidades cristianas.
Como dice el mismo Evangelio, “se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Esto sí que es lindo y muy interesante. Nos “pinta” de alguna manera cómo se presentan estos impostores y maestros del engaño. No estaría mal hasta decir que su modus operandi es semejante al del mismísimo mal espíritu. Presentándose de muchas maneras, lo que busca es “hacernos el entre” y una vez logrado, hacer estragos. Es típico de lo diabólico en el sentido profundamente cristiano: dividir, separar, entristecer, amargar, separar de Dios y de la comunidad. De esta manera se presentan los falsos profetas, con seductora piel de oveja, que hasta nos puede mover a la más piadosa compasión, para después darse a conocer y manifestarse como lobo rapaz, que destruye, aprovechándose de esa primera impresión.
Hoy, y aún más en este contexto de pandemia, también pueden abundar los falsos profetas. En tiempos en que reina la posverdad, la desinformación y la manipulación generalizada, donde están aquellos que incluso negocian con la vida, donde el manipulador aparece revestido de mil maneras posibles, se hace necesario vivir el espíritu de este texto de hoy. Porque la única manera posible de descubrirlos será con el discernimiento: “Por sus frutos los reconocerán”. De la misma manera que al árbol bueno le corresponden buenos frutos y malo a los malos, el ejercicio del discernimiento es la capacidad mística de mirar con ojos, corazón, mente y entrañas la propia realidad y descubrir quién es quién. Y a través de este descubrir y mirar integral poder reconocer quién es quién, quién de Jesús y quien desparrama.
Y el texto hace mención a los frutos. Es decir, puede que de la única manera en que podamos ejercer el discernimiento no sea en el plano de las intenciones sino en el plano de las obras. ¡Ahí se ven los frutos! ¡Ahí se aplica de una linda manera el discernimiento! En el hacer. En el obrar. En definitiva, en el vivir. En lo teorético nos pueden quedar dudas. Pero en el obrar se nos despeja todo. Aparece con claridad la verdad. La verdadera intención queda a la vista. Ya no hay lugar para la duda. Los buenos hacen cosas buenas y lo malos cosas malas. El auténtico profeta y maestro vive a la sombra de la verdad, la libertad y el amor; el falso profeta abusa, manipula, maltrata y busca siempre su propio provecho personal a costa de los intereses de todos. El falso profeta no tiene un ápice de sentido comunitario ni colectivo de la vida. No le interesa. Vive para sí mismo y para sacar solo provecho personal. Es el cinismo en su más alta cumbre. Hoy más vigente que nunca.
Y una última cosa. Personalmente veo cómo muchos cristianos se esfuerzan en querer argumentar en el plano de la razón a aquellos que reúnen bastantes condiciones para ser falsos profetas o profetas de calamidades. ¡Afuera de la Iglesia también! Creo que es muy importante este aporte. Y muy necesario. Lo podemos completar además con contundentes obras. Creo que es el mejor testimonio a dar. Por sus “por sus frutos los reconocerán”. Es ahí donde podemos ver con total claridad y desenmascarar al manipulador. Y también es ahí donde los cristianos podemos aplicarnos más y mejor: en el campo de la caridad. Ahí todo se esclarece de una manera total. No hay profetas ni maestros que pueden poner en práctica la lógica del amor puesto en obras, de la caridad y del servicio. Ahí se caen todas las caretas. Ahí se descubren todas las intenciones. Ahí vale más nuestro testimonio de vida cristiana. Ahí radica el ejemplo. Ahí la virtud verdadera. Ahí la verdad. ¡Esforcémonos por vivir en la claridad de los buenos frutos del amor! Y a través de ellos ser signo de contradicción para la Cultura de la Muerte, y propuesta para un mundo con terrible sed de Dios, que muchas veces no da con Él. ¡La fe cristiana como linda propuesta de plenitud de vida!