Jesús dijo a sus discípulos: “Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”.El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.Pero si este servidor piensa: ‘Mi señor tardará en llegar’, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.”
Nos encontramos hoy con un Evangelio que nos pone en alerta. “Estén preparados” nos dice el Señor. En torno a esta idea del evangelio te comparto dos reflexiones:
En primer lugar, estar preparados. No sabemos ni el día ni la hora en la que el Hijo del Hombre volverá en esa segunda venida que él mismo nos ha anunciado. La Teología nos enseña que cada persona atravesará un momento de su juicio particular, es decir, en el momento de su propia muerte. Pero también nos enseña que toda la humanidad será buscada por el Salvador al final de los tiempos. Un encuentro donde la ley del amor triunfará y en él seremos juzgados.
La vida en Cristo es una constante búsqueda de ese estar preparados del que habla el Evangelio. Los sacramentos son esa ayuda para que nuestro corazón peregrino esté en forma. El Bautismo que nos hizo dejar de lado la pesadez del hombre viejo, para darnos la vitalidad del hombre nuevo. El Pan Eucarístico que nos nutre en el camino llenándonos de fuerza, nos va asemejando al mismo Cristo y nos hace estar en comunión con una masa de caminantes. La confirmación que nos hace testigos del resucitado y nos envía con la fuerza del Espíritu Santo a ser presencia viva de Dios. La gracia de la misericordia que en cada confesión nos alienta a dar grandes pasos y nos hace redescubrir el rostro del Padre Misericordioso. El servicio que se hace entrega en el sacramento del matrimonio y del orden sagrado. La unción que da esperanza a los enfermos y fuerza a los cansados. Los sacramentos son un constante “recalculando” en nuestra ruta. Gracias a ellos volvemos la vista hacia nuestro fin. Si queremos estar preparados tenemos que animarnos a vivir una intensa vida sacramental, que día a día nos prepare para el momento que nos toque afrontar.
Una segunda idea. Estar preparados es animarnos a vivir una vida sin rencores. Que lindo es vivir en esa libertad de espíritu, en la que uno puede decir: “nadie tiene nada que reprocharme y no tengo nada que reprocharle a nadie. Todo lo que he tenido que hacer ya lo he hecho o lo estoy haciendo”. Vivir con los papeles al día entre nosotros. Estar preparados es animarnos a perdonar a quien nos ofendió. Estar preparados es animarnos a dar el paso y pedir perdón a aquellos que con nuestras palabras o actitudes hemos ofendido. Estar preparados es vivir en libertad los vínculos de fraternidad que Jesús nos pide en el mandamiento del amor.
Dice el Evangelio: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”, ¡Y cuánto hemos recibido de nuestro Señor! “Amor con amor se paga! repetía San Juan de la Cruz. Estemos preparados, alimentados por los sacramentos de Dios y sin ningún rencor en el tintero que nos haga vivir intranquilos. ¡Anímate! ¡El día es hoy! Que el Señor te bendiga y te ayude a estar siempre preparado.