Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Celebramos la fiesta de los apóstoles Simón y Judas, parte del grupo de los doce, de aquellos que lo seguían más de cerca al Señor. Si hay algo que el trato continuo y cotidiano con la Palabra nos va enseñando es que el Evangelio no es algo alejado de nuestra vida, sino que tiene mucho más que ver de lo que nosotros nos podemos imaginar. El gran esfuerzo, el gran ejercicio, con la ayuda del Espíritu Santo es poder llevar eso que compartimos, eso que escuchamos, eso que leemos a nuestro día a día. Por eso te invito a meditar algunas ideas:
En primer lugar, buscá tu montaña. Las decisiones importantes no son algo que se improvisa. Jesús nos va enseñando eso también: antes de elegir a sus discípulos, a los suyos, se pone a orar y se queda toda la noche así. Por eso qué bueno que sería que nos preguntemos cómo está nuestra vida de oración. ¿Es de a ratos como para cumplir, o es algo de todos los días, algo que se volvió hábito en nuestro andar cotidiano? Las decisiones importantes, ¿vos las rezás, las ponés en oración? ¿Te tomás un tiempo para discernir lo que Dios quiere para tu vida? Tu vocación, tus proyectos, tus sueños, tus acciones, todo lo que vas viviendo, ¿tienen el sello de la oración? Acordate que orar es hablar con Dios y por eso es bueno no sólo hablar sino también escuchar. Las grandes decisiones de la vida hay que hablarlas con el Padre, dialogarlas. No contestes cuando estés enojado, no decidas cuando estés en crisis, no prometas cuando estés contento. Tomate tu tiempo y preguntale a Dios. Pedile que te oriente y que te dé señales. ¿Y cómo saber si lo vas escuchando? Bueno, por lo que queda después: la paz y la alegría, los frutos de la oración. Subir a la montaña para hablar con Dios tiene que ser cosa de todos los días. Preguntate, ¿cuál es tu montaña? Y si no tenés una, fabricala: tu cuarto, la capilla, una plaza, un parque. Cualquier lugar es bueno para hablar con vos, pero que te puedas desconectar de todo para encontrarte con el Señor.
En segundo lugar, encontrá tu llamado. Jesús llama a los discípulos por su nombre, a cada uno lo conoce. Ellos han sido llamados por Dios por el nombre que tenían. Ese es el estilo de Dios, no hablarle a las masas sino personalmente a vos. Para muchos hoy quizás vos seas un número (de voto, de socio, de cliente, de asistente, de lo que sea), pero no sos un número para Jesús. Él te conoce, te llama por tu nombre y por eso no te tenés que preocupar por lo que hace con los demás o por quién está siendo llamado. No tengas envidia, no seas celoso, no andes cuestionando por qué llamó a tal o a cual, vos confiá en que siempre Dios hace lo mejor. Hay que preguntarse cómo tenemos el corazón hoy, si estamos encontrando nuestro llamado. ¿Estás atento a la voz de Dios o estás distraído por la vida, estás escuchando? Vos fijate que el Señor siempre va a tener un propósito y un sueño para tu vida, escuchalo, te va a hacer bien.
Por último, practicá tu misión. La oración, como decíamos, hay que aterrizarlo en lo concreto. Entonces, no ores sobre cosas que no te pasan, hablá de lo de hoy. El Señor nos muestra para qué vino: para hacer el bien, para anunciar y para amar. Esa es tu misión y la mía: hacer el bien, anunciar y curar. Jesús te llamó para eso, para que no te quedes en el molde, para que seas Iglesia, para que seas hijo, para que seas apóstol, para que anuncies que Dios lo es todo y que puede cambiar vidas. Tomate en serio tu misión y empezá hoy en lo simple, en lo sencillo, en lo escondido. No es necesario saber teología, con escuchar, con hablar y contar lo que Dios hizo por vos y por tu vida. Eso ya es mucho, ya estás curando, ya estás anunciando, ya estás haciendo el bien. Acordate que nuestra misión ya empezó desde hoy, pedile al Espíritu Santo que te ilumine y que te ayude a descubrir plenitud contando lo que Él hizo por vos.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.
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