Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.
Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.
Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
¡Qué irónico esto de que Jesús sea motivo de escándalo! Incluso para sus más cercanos, su familia y sus parientes. Jesús escandaliza. La sociedad se ve escandalizada. Los suyos se ven escandalizados. ¿Pero qué es lo que causa esto?
Los que se escandalizan con Jesús, incluso sus más cercanos, son los que van a descalificarlo y cuestionarlo. Lo hacen porque es un obrero de la construcción, de una familia pobre, de una pobre ciudad periférica de la Galilea del siglo I. Ven que no tiene origen noble, ni pertenece a ninguna familia honorable de alguna de las ciudades importantes, no pertenece a élites urbanas de Israel, no viene de ninguna escuela rabínica ni ha estudiado con ningún sabio o maestro reconocido de su época. Y además, su predicación no apunta ni al cuidado del culto, ni la devoción al templo, ni la observancia de la Ley. Jesús muestra y manifiesta otro tipo de sabiduría.
Esta sabiduría le venía dada de su Padre y la gracia del Espíritu, pero además por haber pasado tanto tiempo de vida oculta. Ahí Dios se sigue haciendo Pueblo. Esto va a ser decisivo en la vida y en la prédica de Jesús: El Dios de Jesús es un Dios de todos y para todos, que no habla en difícil, que no pone pruebas, que no nace en cuna de oro ni hace falta de extensos rituales para poder entrar en contacto con Él. El Dios de Jesús es el Dios de los sencillos, un Dios de entre casa, de sabiduría popular, esa que no se aprende en las grandes y renombradas Universidades sino en el gustar lo sencillo de la vida cotidiana a la luz de la reflexión, la meditación y el examen.
Jesús nunca se preocupó por presentarse como un sabio, iluminado y especial que venía a traer la salvación a unos pocos, también sabios, iluminados y especiales. Nada de eso. Jesús es el hombre de la construcción que siente en su corazón el deseo del Espíritu de jugarse la vida por un mundo más humano y digno de ser vivido. Y su sabiduría no es el resultado de un proceso de iluminación sino el hablar de las cosas cotidianas, de lo que está a mano, de la sabiduría popular.
Todo esto es lo que molesta y genera escándalo. Un Jesús demasiado humano escandaliza. Escandaliza ayer a sus contemporáneos y escandaliza hoy a quienes ven en la Iglesia solo una Institución en la cual cumplir normas y seguir reglas. Lo que se juega hoy en día es nada más ni nada menos que la fe. Una fe que no se preocupa por “cumplir” preceptos, mandamientos y leyes, sino por vivir acorde a un sistema de valores y convicciones al estilo de este obrero de la Palestina del siglo I. Vivir el Evangelio será más una cuestión de convicciones profundas de vida que nos lleven a comprometernos con la verdad y la justicia, con la Vida y la libertad, con la vida explotada, manoseada y empobrecida, que con una presunta fe que busque cumplir normas, acatar preceptos y seguir leyes.
Ser cristiano es ser otro Jesús. Que se nos note eso. y entonces también nosotros seremos escándalo para los descreídos de hoy que piensan que no hay salvación posible o que esta viene de élites a los cuales, nosotros, los cristianos, por nuestra condición de bautizados, nunca vamos a pertenecer.
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