Miércoles 3 de Noviembre de 2021 – Evangelio según San Lucas 14,25-33

lunes, 1 de noviembre de
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Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”

 

Palabra de Dios

Padre Sebastían García sacerdote de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

 

Hay una convicción de este evangelio que me parece importante: renunciar a sí y cargar la cruz, que es negarse a sí y perder por Jesús.

A primera vista parece asustar esto de negarse y renunciar. Creo personalmente que durante mucho tiempo se lo malinterpretó. Porque pareciera que para convertirse y entrar de lleno en la nueva mentalidad propuesta por Jesús y que tiene el Reino como centro, hay que dejar algo, hay que morir a algo, hay que renunciar a algo.

Y entonces la perplejidad: ¿No es acaso que por ser cristiano soy más persona? Y entonces… ¿por qué negar, renunciar, morir? Incluso a vínculos fundamentales de la persona como son la familia, padre, madre, hijos, mujer, hermanos…

Son preguntas esenciales, propias, humanas.

Lo que se me ocurre como posible respuesta es afirmar con convicción que definitivamente para seguir a Jesús y entrar en la mentalidad del Reino hay que renunciar, negar, perder y morir. El problema es: ¿Y a qué morir?

De ninguna manera podemos afirmar que Dios quiere nuestra negación y nuestra muerte a todo lo humano sin más. Si pidiera eso, no sería Dios, o más sería un dios en el que no vale la pena creer.

La propuesta de Jesús es la de poder renunciar a todo lo que nos impide alcanzar la mentalidad de Reino de Dios. A lo que tenemos que morir no es a disfrutar la vida, cuanto a todo aquello que en mi vida no me permite que los demás disfruten de la suya y entre todos disfrutemos. Y entonces sí. Me doy cuenta de que tengo un montón de actitudes, hábitos, reacciones, que no se condicen con esta propuesta de Jesús, por ende a las que tengo que morir, dejar, sanar, renunciar. Es todo aquello que me impide ser auténtico discípulo misionero de Jesús. Es todo aquello que me impide reconocer al otro como hermano. Es todo aquello que me ata en mi libertad y no me permite ser yo mismo en la originalidad de lo que voy siendo.

Cuando uno tiene en claro lo que busca en la vida, cuando se tiene proyecto, cuando se sueña a lo grande y de la mano de la propuesta liberadora de Jesús, uno entiende que tiene que dejar, renunciar y morir a todo aquello que le impide alcanzar esa meta.

Entonces, renunciar por renunciar siempre va a ser inhumano, desagradable, imposible. Nadie quiere hacer algo por lo que no encuentra verdadero motivo. Pensemos entonces en nuestras motivaciones. Porque solo uno puede dejar cuando elige algo mejor. No se sigue porque se deja. Se deja porque se sigue. El acento está puesto en lo que quiero ganar, por eso, quiero, deseo y necesito perder.

Vivir es fundamentalmente elegir. Elegir es optar. Y optar es renunciar.

Renunciar y cargar con una cruz pascual vale la pena no por el esfuerzo en sí mismo, sino por el amor que se quiere tener en la vida. Sólo el amor es digno de fe. Y es digno de fe porque negándose a sí mismo, es capaz de dejarse de mirar a sí mismo para mirar a los demás y ponerse en la piel de ellos, las víctimas. Es el esfuerzo cotidiano por salir de sí y optar por las periferias, por los sobrantes, los que están solos, los que necesitan paz y consuelo, los pobres, los que tienen necesidad de esa originalidad que yo solamente les puedo dar y no otro.

Solo el amor puede cambiar el mundo.