Miércoles 30 de Junio de 2021 – Evangelio según San Mateo 8,28-34

lunes, 28 de junio de
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Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: “¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”
A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: “Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara”. El les dijo: “Vayan”. Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

 

Palabra de Dios

Padre Sebastian García Sacerdote de la Congregación del Sagrado Corazón de Betharram

 

La Palabra de Dios que hoy nos regala la liturgia de la Iglesia no deja de sorprendernos y también cuestionarnos en lo más hondo de nuestro seguimiento del camino del Señor. El episodio tiene lugar en tierra pagana: Gadara. Igualmente no se dice si sus habitantes fueran todos paganos. Solo que soportan, hasta ahí, que Jesús sane y salve. Pero no que se meta con el negocio de los chanchos.

Por eso es que el evangelio de hoy tiene un poder simbólico muy grande: hay dos hombres endemoniados que habitan en sepulcros. Esto ya nos puede decir algo. Nadie puede vivir en los sepulcros, salvo los muertos. El lugar propio de los cadáveres son los sepulcros. El lugar propio de los vivos es la comunidad. Algo ya no cuaja en el relato de hoy. Claramente el texto nos habla de una gran discriminación: esa comunidad no puede soportar que haya mal entre ellos. Por eso expulsa a los dos hombres. Es una comunidad incapaz de integrar el mal ajeno. No me quiero imaginar del mal propio…

Por eso mandan a vivir en sepulcros, es decir a la muerte, a los que no cuajan con ellos, a los raros, a los distintos, a los diferentes, a los que pasan por algún mal. Tenemos que recordar una y otra vez que cuando Jesús expulsa demonios no realiza un exorcismo al estilo de las películas cholulas y taquilleras de Hollywood, sino que la comunidad que narra el evangelio de Mateo quiere hacer mención de todo aquello que habita en el corazón del hombre y lo separa de Dios, lo enemista, lo hace darle la espalda.

Esto es muy interesante porque esta comunidad piensa que dándole la espalda a los endemoniados van a vivir tranquilos. Es una lógica muy nuestra. Darle la espalda a aquel que no es como nosotros o cuyo mal es evidente y creer que eso nos hace justos delante de Dios, cuando en realidad lo que Dios nos pide y suplica es que seamos nosotros los que nos hagamos cargo del mal ajeno. En no pocas comunidades se vive esto: abandonar a su suerte a los que nosotros no queremos acompañar porque no queremos hacernos cargo de su mal. En palabras de el evangelio de hoy, condenar a una vida de sepulcro a tantos hermanos y hermanas.

Integrar el mal es un paso fundamental en la constitución de una comunidad si quiere tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Es un lindo proceso de sanación y de liberación la posibilidad de integrar el mal ajeno. Ni hablar del propio. Porque lo que no se asume, no se redime. Dejemos afuera el mal y no nos quedará otra que seguir mandando gente a vivir en sepulcros…

Claramente integrar el mal, propio y ajeno, no es bajo ningún aspecto justificarlo. ¡Claro que no! Sería mucho más fácil y más errado. La tarea será entonces la de mirar con ojos lúcidos la realidad y en ella el mal. Y para no seguir enviando indiscriminadamente gente a vivir en el exilio y el olvido del sepulcro, hacernos cargo. Mirar la realidad de lo que somos y hacemos. Conocernos bien a fondo. Ofrecer a Jesús todo aquello de nuestro corazón, de nuestra historia y de nuestra vida que aún están en tinieblas. Dárselo. Una y otra vez. Y aceptar el límite, la frustración, el pecado y el mal como parte de nuestras opciones de vida. Y en la realidad, solo en la realidad de la verdad que libera, amarnos como hermanos.