Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.”
Hoy meditamos el evangelio en Mateo 13, del 44 al 46 y celebramos también la memoria de san Ignacio de Loyola, el santo del discernimiento. Nos cuenta la historia que, mientras él se encontraba postrado por una lesión grave, comenzó a preguntarse sobre el estado de su propia alma y los diferentes sentimientos que experimentaba al tomar decisiones. A partir de ahí, empezó a discernir y a intentar descubrir qué venía de Dios y qué no. La clave del discernimiento es esa: buscar siempre la voluntad de Dios. Hoy Jesús nos invita a compartir estas parábolas del Reino, la perla y el tesoro escondido. Busquemos algunas ideas para llevar a nuestra vida.
En primer lugar, ponerle nombre a las cosas. Dice san Ignacio que para descubrir la voluntad de Dios, lo primero que hay que fijarse es en lo que produce esa moción, ese movimiento del alma, ese pensamiento, esa idea. ¿Me da paz, me consuela?, viene del buen espíritu; ¿me la quita, me deja desolado?, viene del malo. El mismo Jesús dice “por los frutos los reconocerán”. Tal vez nos cuesta o no terminamos de ver que Dios ya llegó a nuestra vida y que se nos muestra todos los días. Vos fijate cuántas veces andamos perdidos, metidos en nuestros problemas y nos olvidamos de reconocer lo bueno que hay en nuestra vida. Por eso es tan importante ponerle nombre a las cosas, empezar a discernir e intentar buscar lo que viene de Dios, escribí lo que te pasa, charlalo. Un buen momento para preguntarnos si valoramos de verdad y descubrimos cuál es nuestro tesoro, cuál es la perla de nuestra vida y dónde está. El gran tesoro es la presencia de Dios en lo cotidiano. Cuidá a tu esposo, a tu esposa, a tus hijos, valorá a tus padres, a los abuelos; recuperá las instancias familiares, mandá un mensaje a ese que está lejos, preguntá cómo está, invertí tiempo en tus amigos, sentate a jugar con tus hijos, perdoná, tené tu rato de oración diaria, viví la Eucaristía y encontrate con la Palabra. Pedí ver a Dios en todo, Él es el que te va a consolar siempre.
En segundo lugar, paciencia. Cuando uno quiere discernir en serio la voluntad de Dios, tarde o temprano llegan las crisis. Sí, las crisis llegan, pero no hay que desesperarse: no son ni buenas ni malas. Son simplemente oportunidades para revisar nuestras motivaciones. ¿Qué es una motivación? Lo que hace que hagas una cosa y no otra. Por eso san Ignacio nos enseña que en tiempos de crisis no hay que tomar decisiones apresuradas, cada cosa tiene su tiempo. A veces nos ponemos mal porque queremos tener todo controlado todo el tiempo, nos falta paciencia, nos falta misericordia con nosotros mismos. Bueno, que no te coma la ansiedad. Acordate que uno no puede discernir en soledad, es necesario por ahí charlar con algún acompañante espiritual que te ayude, trabajarlo en la oración, pero siempre confiando en la compañía de Jesús. Y ahí sí, después de un proceso, decidir. Como muestra el evangelio. No quedarnos toda la vida pensando o discerniendo una idea. Tomate tu tiempo, sí. Pero después decidí. ¿Hay algo que estés discerniendo hace mucho y no te animás a decidir? Pedile al Señor su Espíritu Santo, que Él te regale fortaleza para actuar en y desde Él.
Por último, confianza. Ignacio nos comenta también que quien recibe el consuelo de Dios no sabe cómo será el futuro, pero que eso no le preocupa porque confía. No le importan las renuncias porque primero está la elección. Llama la atención la respuesta a la que Jesús nos invita en el evangelio luego de encontrar el tesoro: quien lo encuentra va y vende todo lo que tiene para comprar el campo donde estaba escondido el tesoro o para comprar la perla de gran valor. Es una condición importante, hay que vender todo. Es decir, para vivir esto tan grande que es el reino de los cielos es necesario exigirse, hay que desprenderse, hay que ser generosos. Y sí, implica un esfuerzo. Mirá, si alguien te dijo que seguir a Cristo, que ser de Jesús era fácil, te mintió. Pero esto no te tiene que desanimar, porque no hay alegría más grande que vivir en amistad con el Señor, nada te va a llenar tanto, nada te va a plenificar tanto como encontrarte con el amor de Dios. Por eso pregúntate hoy: ¿a qué cosas tenés que renunciar para poder vivir el Reino en tu vida hoy? Quizás tenés que renunciar a los apegos, al rencor, a la envidia, al querer tener cada vez más. En fin, cada uno tiene sus renuncias. ¿Cuáles son las tuyas? Cuesta, pero acordate que la renuncia nunca es por la renuncia en sí misma, sino por un bien mayor: nunca es tarde para responderle a Dios. No te preocupes, Él no te va a defraudar.
Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar