Miércoles 4 de Diciembre del 2019 – Evangelio según San Mateo 15,29-37

martes, 3 de diciembre de
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Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.

Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó.

La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.

Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino”.

Los discípulos le dijeron: “¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?”.

Jesús les dijo: “¿Cuántos panes tienen?”. Ellos respondieron: “Siete y unos pocos pescados”.

El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.

 

Palabra de Dios


 

Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

En el Evangelio de hoy, primer miércoles de Adviento, compartimos Mateo 15, del 29 al 37. En este tiempo de preparación a la venida del Señor, es bueno que vayamos haciendo propósitos para avanzar en nuestra vida de fe y también en el compromiso con los demás. De eso se trata el Adviento. Es por eso que la Palabra nos invita a vernos nosotros, lo que somos y lo que tenemos, en clave de ofrenda. Darse, partirse y compartirse para que Dios sea todo en todos. La plenitud en nuestra vida tiene que ver con saber recibir, pero fundamentalmente con dar. El adviento es eso, un misterio de entrega de Dios con nosotros. Meditemos algunas ideas.

En primer lugar, ir a Jesús. A estas alturas parece una obviedad, pero nunca está demás repetir que el consuelo y la sanación la tenemos en el Señor. Fijate lo que dice el evangelio: los enfermos acudían a él, se ponían a sus pies y eran sanados. Hoy quizás sea un buen momento para recordarnos mutuamente esto, no? Necesitamos ir a Jesús, necesitamos encontrarnos con él y dejar todo a sus pies. ¿Hoy te pesa algo? ¿Ya sentís el cansancio del año? ¿Te estás descubriendo necesitado del Señor? Acercate a él, porque sos escuchado, acercate a él porque Jesús te quiere sanar. Pero no vayas solo o sola, llevá también a esos que caminan con vos y que lo necesitan. No te quedes mirando el ombligo, vos podés ser instrumento de Dios para los que tenés al lado, mostrales que hay salvación, pero asegurate de dejarlos a los pies del Señor.

En segundo lugar, Dios te presta atención. Compartimos el tan conocido relato de la multiplicación de los panes. Es curioso que el que primero se da cuenta de que hay que dar de comer a la multitud es el mismo Jesús. Vemos a un Dios que se preocupa por vos, por tus necesidades, por cuidarte. Al Señor le importás, no sos una carga, Él piensa en vos. Así que no te sientas en soledad. El Señor conoce tu necesidad, solo espera que te animes a compartirla con Él. Ponete a pensar, ¿cuándo fue la última vez que te sinceraste con Dios? Acordate que para Él, la palabra “imposible” no existe. Dios nunca deja una oración sin ser escuchada, al Padre que está en los cielos jamás le va a fallar el oído. Por eso animate a confiar, animate a renovar tu esperanza y esperá, porque el Señor quiere venir a salvarte, quiere llegar a tu vida y transformar tu realidad. Decile al Señor aquello que te agobia y ponelo a sus pies.

Por último, que tu vida sea ofrenda. Vos podés ofrecerte. La gente del Evangelio no tenía ya para comer. Y frente a la pregunta de Jesús, los discípulos se animan dejar lo que tienen en sus manos. Pasan de no saber qué a hacer a ofrecer lo que tienen. Cuántas veces nos quedamos con lo “poco” que tenemos y eso nos tira abajo, nos deprime, nos frustra, pero hoy el Señor te alienta y te muestra que de lo poco puede hacer mucho. Qué lindo que en este tiempo de adviento podamos reconocer eso que podemos ofrecer, sea poco, sea mucho, para que él alimente al que más necesita. Lo importante es que Dios reciba algo, tu tiempo, tus capacidades, tus carismas. Algo para que Jesús lo multiplique. “Mirá, Señor, lo único que tengo es esto, que parece nada frente a tanta necesidad, pero esto que soy, eso te doy”. Acordate que Dios de lo pequeño hace mucho. Vos también, en tu ofrenda, lo mejor que podés darle a tu hermano es la presencia del mismo Jesús. Lo espiritual, sí, pero también un compromiso material. No mires para otro lado. Animate a compartir y dejá que Dios haga el milagro.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.