Miércoles 4 de Agosto de 2021 – Evangelio según San Mateo 15,21-28

martes, 3 de agosto de
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Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada

 

Palabra de Dios

Padre Sebastián García Sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

 

A primera vista pareciera ser que Jesús se comporta con una total indiferencia respecto de la mujer cananea, es decir, extranjera y pagana, “distinta” del Pueblo de Israel. Indiferencia que llega a hacerse silencio atroz. Son los discípulos los que le piden que se ocupe de ella porque “los persigue con sus gritos”. Y la escena se completa además con la lapidaria frase de los cachorros y los hijos. Es decir, la aparente indiferencia de Jesús se vuelve rechazo. El Mesías vino para las ovejas descarriadas de Israel. No para los paganos.

Lo que yo creo es que Mateo aprovecha la imagen y plasma entonces en el evangelio una actuación: Jesús actúa al modo de los fariseos, los escribas, los doctores de la Ley. Jesús asume la misma postura que hubiesen asumido los líderes religiosos de su época: el Mesías viene solo y únicamente para los judíos y es propiedad privada del Pueblo de Israel. Dios no es para los paganos. No es para la mujer cananea. Y por eso el desconcierto. Jesús se comporta de un modo altamente provocador. Le dice a la mujer lo que cualquier judío religioso de su época le hubiese dicho: Dios no es de todos. Dios es de los judíos, el Pueblo de la Alianza, el Pueblo Elegido.

Hasta que la mujer cananea irrumpe con dos signos terriblemente claros y desgarradores: se postra y grita. La mujer, anónima, pequeña, pagana, le dice a Jesús que si bien tiene razón, hay pan suficiente para hijos y cachorros. Ella le muestra la fe que ni los líderes religiosos ni sus propios discípulos tenían. Y es lo que Jesús termina alabando. La salud de la hija atormentada por un demonio pasa a segundo plano. No solo se cura, sino que la mujer accede por la fe a la salvación. Y no se hace judía. No sabemos si se convierte al cristianismo. Quizás haya seguido con sus prácticas religiosas. Sin embargo creyó en Jesús como ninguno había creído.

¡Cuánto tiene para decirnos este evangelio a nosotros hoy! Durante muchísimos años la Trinidad fue patrimonio exclusivísimo de la Iglesia Católica. Incluso hay hoy entre alguno de nuestros hermanos que lo siguen sosteniendo. El evangelio de Mateo y la actitud de Jesús que se refleja en él nos dicen todo lo contrario: Dios no es propiedad de nadie ni de ninguna religión. Dios es de todos y para todos. Dios no es propiedad exclusiva de nadie ni de ningún grupo religioso. Dios no se puede privatizar. ¡Cuánto mal hemos hecho cuando quisimos hacer esto! ¡Cuánto mal hacemos al erigirnos en un pedestal y proclamar a los cuatro vientos que Dios es propiedad nuestra al punto de pretender incluso entender su voluntad y sus designios! ¡Cómo empobrecemos la fe con la pretensión de querer ser los únicos con la única verdad absoluta y verdadera!

Jesús deja de manifiesto que Dios es de todos: judíos y paganos. Entonces será tarea nuestra hacer que la Iglesia Católica no se convierta en una secta de elegidos que han comprendido todo acerca de Dios y su voluntad y hacernos nosotros con el título de propiedad sino todo lo contrario: hacer de nuestra fe una propuesta clara y decidida, abierta al diálogo y a la escucha, sabiendo que Dios también está presente en muchísimas otras realidades que incluso muchos de los católicos desconocemos. Hagamos que la Iglesia crezca, no por proselitismos baratos, sino por hacer cada vez más fecunda la cultura del encuentro, sin miedo al “distinto”, al “otro”, al que no tiene “mi misma fe”, porque incluso en su buena voluntad no solo Dios está presente, sino que se manifiesta, obra y actúa.