Miércoles 4 de Noviembre del 2020 – Evangelio según San Lucas 14,25-33

martes, 3 de noviembre de
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Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’.

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil?

Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.”

 

Palabra de Dios

 

Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

Hoy meditamos Lucas 14, del 25 al 33. Nos cuenta la Palabra que Jesús que iba con un gran gentío y comienza a enseñar acerca de las exigencias del seguimiento, de las elecciones y las renuncias que implica el verdadero discipulado. Te comparto algunos puntos para meditar:

En primer lugar, saber elegir. Es exigente el lenguaje de Jesús, es exigente lo que nos pide. Pero es necesario tener en cuenta que este aparente desprendimiento del que nos habla el Señor no es renuncia por la renuncia misma. Nadie renuncia a nada por el simple hecho de renunciar. Al contrario: toda renuncia implica una elección. Si renuncio a algo porque elijo algo más importante. Esto nos puede iluminar en nuestro camino de seguimiento porque lo que dice Jesús no es que no ames a tu familia, a tus amigos, tu trabajo, tu apostolado o lo que te toca hacer. Todo lo contrario: te está invitando a amar todo eso más y mejor, a amar cómo Él y desde Él. Entonces la renuncia tiene más que ver con saber poner a Jesús en primer lugar, a dejarnos encontrar y renovar por Él y a su vez, amar como Él. La pregunta que nos queda entonces es cómo estamos amando. ¿Amamos poniendo al Señor en el centro o a nuestra manera? El único modo de comprometernos en serio en el amor de Dios es dejando que todo gire en torno a Jesús.

En segundo lugar, poner buenos cimientos. El Señor lo aclara también: no podemos largarnos al seguimiento sin tener un buen apoyo. Ponete a pensar cuántas veces ponemos excusas o confiamos excesivamente en nuestras fuerzas. Claro, después vienen las pruebas y nos frustramos o nos ponemos mal porque no hemos podido ser fieles. Bueno, quizás el punto de partida es lo que más tenemos que cuidar. Que nuestras fuerzas nos las de Jesús para poder decir como San Pablo: “todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por último, cargá tu cruz. Todos tenemos una cruz, nuestra cruz. Hay que cargarla, asumirla y dejar de resongar un poco también. Dejar ese famoso “¿por qué a mí?, ¿para qué a mí? Todo lo malo me pasa a mí”. Desde la Palabra tenemos una oportunidad para dejar de girar en torno a lo que uno sufre, porque después viene el consuelo. Animate a asumir la cruz que Dios permite en tu vida y pedile las fuerzas para llevarla. ¿Qué te parece si hoy tomamos esa decisión? Caminar con Jesús y que Él te ayude a llevar tu cruz de cada día.

Te propongo en este miércoles una oración de confianza:

Padre bueno, ayudame a buscar lo que me haga crecer en el amor, para darte gloria y servirte mejor en el amor a mis hermanos. Que lo que tenga, sea tuyo, que lo que haga sea para vos, que lo que diga sea para tu gloria. Y, aunque no siempre entienda o me confunda, que mi vida sea un canto a tu santa providencia. Señor, que yo sea un instrumento de tu amor, que pueda tomar tu cruz y seguirte con fe, esperanza y caridad.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.