Miércoles 5 de Febrero del 2020 – Evangelio según San Marcos 6,1-6

martes, 4 de febrero de
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Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.

Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

 

 

Palabra de Dios


Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

Hoy nos toca compartir el comienzo del capítulo 6 del Evangelio según san Marcos, versículos del 1 al 6. La Palabra nos relata cómo Jesús visita la sinagoga de su pueblo, el lugar donde creció, se pone a enseñar y la gente que lo escucha, conocidos de Él, lo cuestionaban y se escandalizaban. Te dejo algunas ideas para la oración.

En primer lugar, cuidate de los prejuicios. A los paisanos de Jesús les costaba comprender que ese que habían visto crecer era el que Dios había enviado. El Señor era para ellos una piedra de tropiezo. Seguramente les habría sido más fácil creer si Jesús aparecía desde el cielo bajando desde una nube. Pero así es Dios y así son sus caminos: se manifiesta en lo escondido y en lo sencillo, en lo humilde y en lo cotidiano. A veces también nosotros caemos en esa lógica de los prejuicios, ¿no? Creemos que conocemos al otro, que no podemos aprender nada nuevo y lo peor, recurrimos al pasado, al prontuario, al historial para descalificar al hermano. Todo porque no nos cierra, no nos cierra que el otro pueda cambiar, no nos cierra o no llegamos a entender que ese hermano pueda ser un instrumento que Dios mismo utiliza para que nos acerquemos más a Él. Vieja estrategia la que nos muestra el Evangelio: la descalificación, la murmuración la crítica. Son cosas que nos hacen caer. Y ojo, porque ya el solo hecho de repetir o de prestar el oído es muchas veces una forma de homicidio. Cualquier parecido con la realidad, pura coincidencia, eh. Por eso Jesús dice: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Sin embargo, Dios no hace eso. Él, incluso conociendo tu historia, es capaz de levantarte y de perdonar, si lo dejamos. Ponete a pensar: ¿Cómo y en quiénes estás descubriendo a Jesús hoy en tu vida? Tomá la decisión de querer escuchar al otro tocando humanidad y contemplando divinidad. Con humildad y confianza, sabiendo que cada persona es valiosa. Celebrá la vida compartiendo la fe, celebrá la fe compartiendo la vida.

En segundo lugar, da testimonio. El Señor nos deja un desafío para este día: dar testimonio entre los más cercanos. Cómo cuesta a veces esto, ¿no? Dar testimonio entre los más allegados, en la casa de uno, con la familia, los amigos, en el estudio, en el trabajo. Qué importante y qué desafío además. Y claro, hoy Jesús te muestra que no es una tarea fácil, pero es necesaria. Cuesta dar el ejemplo, corregir, alentar. Se nos complica porque nos conocen, saben de nuestras limitaciones, de nuestras faltas, pero ahí está la clave: o quedás pendiente del qué dirán o ponés todo en manos de Dios. Poné a tu familia en manos de Dios, dejá a tus amigos delante de Jesús, pedí y agradecé. Pero nunca dejes de invitar al Señor para que sea Él el protagonista. Dios puede transformar los corazones, así que si ves que alguien está en proceso, no lo tires abajo, alentalo y rezá por él.

Por último, que Dios nos aumente la fe. Jesús expone el corazón del pueblo. Es un pueblo obstinado, cabeza dura, con el corazón de piedra. Un pueblo que se ha acostumbrado a no tener sorpresas, a no descubrir novedades, a esperar sin esperar. El Señor se asombra de la falta de fe de esa gente que lo conocía. Por eso dice la Palabra que ahí no pudo hacer muchos milagros. Creo que nos viene bien orar con este evangelio porque es una invitación a revisar cómo está nuestro corazón hoy. ¿Cómo está nuestro corazón de creyentes, cómo está nuestra vida de fe? Podemos aparentar ser creyentes, pero lo verdadero está en lo profundo. ¿Qué tan abierto tenemos el corazón a la acción de Dios? ¿Nos dejamos sorprender por Él? Qué lindo que una vez más podamos decir: “Señor, aumenta nuestra fe”.
Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.