Miércoles 5 de Junio del 2019 – Evangelio según San Juan 17,11b-19

martes, 4 de junio de
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Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:  “Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.

Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.

Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad.

Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.”

 

Palabra del Señor

 


P. Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

Hace unos días celebramos la Ascensión del Señor a los cielos y la clave era descubrir que no estamos solos, que Él siempre está ahí, dándonos una mano, una ayuda. Hoy la Palabra nos propone contemplar Juan 17, del 11b al 19, la oración sacerdotal de Jesús. Vos fijate que, en su hora definitiva, el Señor se pone a orar por los suyos. Meditemos algunos puntos:

En primer lugar, la intercesión también es para vos. Es un llamado que tenemos todos: imitar a Jesús en todo, en la intimidad y la confianza con su Padre, en el acudir al consuelo de la oración en los momentos de dificultad, pero también el poner delante de Dios todo lo que tenemos y lo que somos. Hoy Jesús nos enseña que, cuando más necesitamos de su ayuda, más tenemos que salir de nosotros mismos y preocuparnos por el otro. Suena paradójico, pero es así. Mientras más abrís el corazón a Dios y a los demás, más capacidad tenés de confiar verdaderamente en que el Señor te sostiene. A veces nuestra oración está llena de pedidos personales, de mirarnos el ombligo, de pedir por nosotros. Empezá a mirar más a tu lado, permitite compadecerte de tu hermano, ayudá a cargar la cruz desde la oración y desde la acción. Siempre decimos “rezá por mí, rezá por mí”. ¿Por quién o quiénes te animás a pedir hoy?

En segundo lugar, que crezca tu alegría. Dice el Señor: “que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto”. Es esa alegría que solo se logra cuando uno puede entrar en comunión, en amistad con Dios. Acordate de aquello que dice el Papa Francisco: “donde no hay alegría, no está el Espíritu Santo”. Frase fuerte, pero muy real, porque muchas veces andamos en la vida con cara larga, con cara triste, dejando que los problemas nos sofoquen. Y el Señor quiere cambiar eso, quiere cambiar tu tristeza en gozo, quiere hacerte crecer en su amor para que desde ahí puedas transformar el mundo. ¿De dónde viene la alegría? No viene de algo, viene de alguien, porque la Alegría verdadera es Jesús. ¿Cómo anda tu relación con Él? ¿Vivís una fe alegre?

Por último, hay un envío para vos. El Señor habla de la necesidad de evangelizar, dice que nos envió. Llevamos a Jesucristo porque estamos consagrados en la verdad. La verdad es descubrir quién es Dios y quién sos vos. Ponete a pensar, tomate un rato y preguntate si estás viviendo ese anuncio, si te dejás sostener por Dios. Ponete a pensar si vas descubriendo quién es Dios y quién sos vos. ¿Querés saberlo? Bueno, salí a anunciar a Jesús.

Que tengas un buen día y que la bendición de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.