Miércoles 9 de Septiembre del 2020 – Evangelio según San Lucas 6,20-26

martes, 8 de septiembre de
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Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!

¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Palabra de Dios

Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

En el evangelio que compartimos hoy la liturgia nos invita a orar meditando y contemplando las bienaventuranzas, Lucas 6, del 20 al 26. Ser bienaventurados significa ser felices, ese es el regalo que Dios quiere para tu vida. Acordate que la felicidad no es ausencia de problemas, sino saberse pleno, con alegría y en paz por gracia de Dios. Te dejo algunas ideas para nuestra reflexión de hoy:

En primer lugar, el consuelo en Dios. “Felices ustedes”, dice la Palabra. Felices los pobres, felices los que tienen hambre, felices los que lloran, bienaventurados, dichosos. El señor plantea una lógica diferente a la de este mundo y esta sociedad. La fe cambia la forma de ver la realidad, pero no como una idealización, sino como una resignificación de lo que vivimos día a día. De tener una mirada nueva en, con y desde Dios, de eso se trata. La felicidad de la que habla el evangelio consiste en vivir en la presencia de Dios, en descubrir para qué fuimos creados y cuál es nuestro llamado, misión y propósito. Paradójicamente, quienes alcanzan la promesa de felicidad son los que, a los ojos del mundo, no la pasan bien. Son aquellos que primero son tapados y excluidos. Es decir, Jesús se está refiriendo a aquellos que tienen muchas contrariedades, los que tienen una cruz pesada, en el fondo, los que son parecidos a Cristo. Sin lugar a dudas, cuando uno tiene algún padecimiento, alguna cruz, eso nos vuelve más parecidos a Jesús. Por eso no hay que renegar de las cruces, no hay que renegar de lo que nos cuesta, de aquello que tenemos que soportar, sino que hay que abrazarse al Señor. Sea lo que sea, abrazate al Señor, por más que duela, abrazate al Señor, aunque estés cansado y tengas ganas de bajar los brazos, abrazate al Señor. Si estamos solos, sin Jesús, no llegamos ni a la esquina. Alegrate y llenate de gozo, porque tu recompensa será grande en el cielo. Es decir, hay una promesa que nos hace Jesús, una promesa de alegría y de bendición. Vos y yo podemos anticipar el cielo desde ahora y ser felices si lo dejamos pasar a Jesús. La felicidad más bien pasa por tener una certeza que no se mueve: Dios te ama y Dios te sostiene.

En segundo lugar, no te compares con nadie. El señor termina con varios “ay”. “Ay de ustedes” los ricos, los que ahora están satisfechos, los que ahora ríen, cuando todos los elogien. Ay, de ustedes los que parece que la pasan bien, los que tienen una felicidad aparente. Por eso no hay que compararse con nadie. Cuántas veces nos tienta la envidia y deseamos la vida de otro o nos entristecemos porque parece que le va bien. Hay que asumir la alegría y la esperanza que nos da la fe, la confianza de sabernos parecidos a Cristo en su cruz. Por eso anímate a salir de la indiferencia, a mirar a los demás con otros ojos, a ser solidario, a comprometerte, a compartir la cruz, a pedir ayuda. Es bueno esto, con humildad, abrir mi vida al otro para servir y saber mirar para el costado y que la cruz de mi hermano se aliviane un poco.

Por último, perseverá. Es un desafío, pero hay que confiar en lo que dice san Pablo: “todo lo puedo en aquel que me conforta”. No caigas en el “yo sé todo, yo puedo todo”, dejate sostener por Jesús. De ahí vas a sacar las fuerzas en las dificultades. No cuelgues ante la primer complicación. Dios te promete paz y alegría, vos ya lo conocés, no lo olvides y no te olvides. No es lo mismo vivir de memoria que vivir con Memoria. Pedile al Señor perseverar siempre.