Misionar: Dar y recibir el amor de Dios

lunes, 13 de enero de
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Desde hace varios años el Señor me regala la oportunidad de entregarle un tiempito de mis vacaciones al misionar en la provincia de Formosa. Recuerdo cuando, durante la preparación de una de aquellas primeras misiones, nos preguntaron por qué decidíamos ir a misionar. En ese entonces respondí algo así como “para dar un poquito del amor que Dios me tiene”. Varios años después reafirmo aquella respuesta. Esta vez, sin embargo, le agrego “para recibir el amor de Dios”.

“No podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos, 4. 20). Aquel que haya experimentado el sentirse amado por el Padre, quien se sabe amado por Él, desea gritarlo al mundo. El enamorado habla de su amor, y ¿qué amor más grande que el de Aquel que nos amó primero? Es este el motivo que nos mueve, a la misión; el dar cuenta del amor más grande del mundo, el dar a los demás a Aquel que se dio por nosotros, y que se hizo hombre para nuestra salvación. Dejamos “nuestras comodidades” para adentrarnos en aquel llamado del Señor, que nos invita a llevarlo a todos, a gritar su amor, y a abrazarlo mediante el servicio a los hermanos.

Pero también nos motiva el recibir su amor manifestado a través de las personas que visitamos allá. Desde la sonrisa de los chicos cuando se acercan a jugar, hasta la posibilidad de volver a jugar como chicos. Desde el rostro de las personas cuando les damos alguna palabra de aliento, hasta las palabras de aliento que nos regalan a nosotros; el amor del Señor se hace sentir en cada momento. Su abrazo se experimenta de forma constante. El Padre bueno nos permite, igualmente, acompañar a los que viven en carne propia las bienaventuranzas, y nos enseña a compartirlas con ellos. Nos regala el vivir por unos días en comunidad, forjando amistades con quienes también viven la alegría de haberlo encontrado. En pocas palabras, nos muestra, a cada instante, y en cada cosa que realizamos, su amor inmenso.

Estos son los motivos que me mueven a mí, y a muchísimos jóvenes más –gracias a Dios- a seguir misionando cada verano; el llevar y recibir un poco del amor que Él nos tiene.