Murió como vivió

domingo, 20 de noviembre de
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Él se había entregado desde el primer momento. Su vida se hizo eucaristía el día que pisó la tierra, el primer instante en el que se dejó amar y que pudiendo elegir la lejanía y la fortaleza, eligió la cercanía y la vulnerabilidad.

Se pasó los días siendo buen amigo, buen compañero, buena gente. Gastó sus horas enseñando, visitando enfermos, curándolos.

A pesar de ello, lo crucificaron, lo rechazaron, lo hirieron, lo abandonaron, lo mataron. Ojos ciegos de sí mismos teniéndolo al frente no lo vieron, no lo reconocieron, no lo amaron.

Crucificado estaba el Amor descalzo,  herido y cansado. No obstante, permaneció entregado, no dio lugar a la ira mas sí al dolor. Permaneció amando, despojado de todo en total libertad. Se entregó a la voluntad del Padre y aunque no la comprendiera a ciencia cierta en ese instante, confió.

Los que lo querían sufrían con Él, estaban con Él, amándolo a la distancia, como lo permitían las circunstancias y como podían en su frágil humanidad.

Jesús expiró por última vez. El Amor se fue del mismo modo en el que vivió: amando, vulnerable, entregado y amado, no por todos, pero sí hondamente, profundamente amado por aquellos que de verdad se habían encontrado con Él.