Hay un problema con nombrar o al menos hoy a mí me resulta problemático. Es irreversible.
Uno podría pasar años (lo sé por experiencia) sin nombrar aquello que habita dentro y así evitar ponerse de lleno en esa vivencia (la cual siempre es aprendizaje y por tanto, crecimiento si de verdad nos entregamos a ella). Esa experiencia implica sumergirse de lleno en aprender a amar o a sufrir, aunque en realidad eso es bastante lo mismo.
Creo que a veces no nombramos lo que nos duele porque todavía no estamos preparados para dejar que ese dolor nos atraviese sin rompernos. Pero por fortuna, llega el día en el que sí estamos listos para poner palabras y entonces nos animamos a atravesar el túnel sombrío del dolor. Del otro lado descubrimos que la Vida nos esperaba hace tiempo y gozosamente festejamos el Encuentro. Empezamos a brillar con ese tono que tiene lo auténticamente humano. Es una luz tenue, no deslumbra, no encandila pero es inconfundible en su capacidad para alumbrar a otros. Es una luz que llama a la Vida.
Ahora mi pregunta es: ¿Por qué no nos animamos a nombrar lo que aparenta ser una linda posibilidad? ¿Por qué no nombramos lo que tiene el potencial de ser pleno? Solo puedo pensar en una respuesta: miedo. Miedo al rechazo, al fracaso, a no estar a la altura de lo enunciado, a sufrir. O quizá sea que todo tiene su tiempo y la palabra se pronuncia solo a su hora, ni antes, ni después. Solo sé que nombrar es un modo de caminar y la Vida se busca y se encuentra haciendo camino.
Si yo no hubiese nombrado que te quería probablemente seguiría como antes queriéndote sin saberlo y esa realidad permanecería en las tinieblas, en lo indescriptible, en lo que nunca es, aunque en el fondo ya sea. Esta vez me he dicho que te quiero, lo cual me ilusiona y me asusta en igual medida.
Lo no nombrado nos late dentro y de vez en cuando nos grita o nos llora pero solo es de verdad en su plenitud cuando lo nombramos. Para nombrar es necesario primero hacer silencio. Solo nombra quien (se) escucha y entre tanto ruido decidirse a encontrar tiempo para esto no es fácil. Tampoco es fácil aprender a escuchar el susurro de dentro, ni dejar de mentirse, ni animarse a vivir de lleno. Sin embargo, aunque se aparente lo contrario, tampoco lo es vivir sin nombrar, huyendo de uno mismo, intentando silenciar lo de dentro con más ruido, llenando el tiempo, pasando los días por no asumir el costo de vivir.
No hay vuelta atrás después de nombrar. Ese es el regalo aunque hoy yo lo sienta un problema. Los ojos ya no pueden volver a lo de antes. La Palabra nos pone en movimiento, nos despabila para que dejemos de soñar o de sufrir lo que no es y empecemos a vivir lo que ya sí.
Maldita la comodidad y maldito el miedo que me hace querer huir de todo aquello que me sacude las inercias y me pone en camino, aunque eso implique tropezar. Bendito regalo el de las palabras. Bendita la Palabra que nos nombra, nos ama y nos llama a la aventura de empezar a deletrear nuestro tesoro, es decir, el potencial de Vida que llevamos dentro.
Bendito Misterio que nos impulsa a caminar para poder así, al final, pronunciar una historia hecha de retazos de todas las texturas y colores, de memorias, de lo que se nos ha regalado y de lo que hemos dado, de silencios y de palabras, una historia escrita de búsquedas y pintada de Encuentros.
Bendita la Palabra y bendito el Verbo que se conjuga en presente.