Una de las más apropiadas cualidades que quizá describe una relación de amistad es sin duda su carácter recíproco, es decir, que los miembros de este vínculo comparten sentimientos mutuos, de constancia, de apoyarse uno sobre el otro ante cualquier embate que pueda aparecer, prestando siempre el hombro y el oído para escuchar, como también las manos para ponerlas a la obra. Una relación de irrefutable honestidad, siendo auténticos sin importar las situaciones, siempre mostrando sus verdaderas intenciones, sus más profundos anhelos y su más espontanea identidad. Un genuino lazo de altruismo, donde existe interés por el crecimiento personal en ambos lados, es más, en ocasiones dejando deberes propios en un segundo plano para abocarse en ayudar a la otra persona como primer objetivo.
Sin duda, al leer estas verdaderas surgieron dentro de tu memoria rostros, momentos y diálogos. Se dibujaron en tu imaginación escenarios. Llegaron personas, de uno en uno, poco a poco fueron tomando lugar en tu interior, retomando así viejas historias, recordando tardes y noches, rememorando viajes, volviendo a vivenciar gestos, trayendo de la lejanía ciertas sonrisas una vez más a tú lado.
Pero, dentro de esta gran estela de pensamientos, de tiempos y de personas importantes para nosotros… ¿arribó en algún momento Jesús? ¿Estuvo presente entre todo aquello que llovió sobre nuestra mente y corazón? Si regresamos a lo anteriormente meditado, ¿acaso no fue Él nuestro mejor amigo durante todo este tiempo?
Quien en ningún momento nos soltó la mano mientras nos veía llevar a cabo nuestro proyecto de vida. Aquel que frente a los duros embates que los días grises suelen propinarnos, jamás se aparto de nuestro lado, sino que más que nunca nos regaló su hombro y su oído para así hacernos saber que se nos es imposible estar solos, que es Él quien nos observa, reza por nosotros, y por, sobre todo, nos espera. Quien bajo ninguna circunstancia nos fue deshonesto, o nos sacó sus ojos de encima. Nuestro primer amigo. Nuestro amigo más celoso. Y que, dentro de todas las formas de expresarnos su amor, su devoción, su locura por nosotros, eligió la muerte para salvarnos de nuestro pecado, porque prefirió perecer Él, para que tú tengas una vida plena, y luego de comprenderlo, el día que vuelvas a su lado, puedas abrazarlo como el verdadero amigo que es.
Y quizá se torna difícil sentir su acompañamiento durante el día, discernir que camina a nuestro lado, estas atribulado por las cosas de este mundo pero, quiero que sepas que Él no deja ni un solo segundo de pensar en ti, es tu amigo más celoso.
Federico Molina