Aquí estoy, dulce Señor, desnuda mi alma ante Tí… La perfecta blancura del Pan Consagrado me agrada, me aquieta, ¡eres Tú! que todo lo puedes y todo lo sabes…
Sin embargo, estoy preocupado y afligido. Siento una enorme responsabilidad, creo poder controlar, conducir, solucionar todo, creo que todo depende de mí y de mis habilidades.
¡Qué lejos estoy, Señor, qué lejos de la realidad!.
Entro en laberintos y torbellinos de actividad, de frenesí, cubriendo lo que puedo, postergando lo que creo podré hacer mañana… ¡qué locura!.
Aprovecho cada minuto del día en actividad, miro siempre a mis flancos. Y estoy al borde de un abismo, Señor, se me agotan los recursos y estoy cansado.
Pero si todo dependerá de Tí, ¿qué estoy haciendo? ¿Porqué no me sereno?.
Mi mente vuela de un lado a otro…
¿Qué he de hacer, Señor?.
Te presento mis temas, mis objetivos, mis planes…
Si son buenos para mí y para los que de mí dependen, permíteme lograrlos,
y en caso contrario, cámbialos, mejóralos, reemplázalos, haz lo que tu poder y tu gloria pueden sobre nuestras vidas.
Te pido lo bueno, yo haré mi parte, mi mejor esfuerzo.
Me propongo poner siempre lo mejor de mí, hacer todo lo que esté a mi alcance,
una cosa por vez, depositando mis actos y mis decisiones a tus pies,
siendo consciente, cada vez, que no soy yo quien actúa, sino que eres Tú quien lo hace.
Haré y desharé pensando en Tí,
con la confianza de saber que Tú tendrás la palabra y la disposición final de las cosas de este mundo.
Me apoyaré en Tí y trataré de ser cada día una mejor herramienta para tus propios planes.
Te amo, Señor,
actúa Tú, que yo solo no puedo.
Amén.
Autor desconocido