Palabra y silencio

jueves, 2 de septiembre de
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Al mirar hacia el pasado descubro que ella siempre ha estado ahí, marcando y acompañando cada tiempo de mi existir. La Palabra siempre me ha salvado. 

Esto es algo que se me ha ido develando en este último tramo. La Palabra no solo se ha conjugado en todos los tiempos sino que ha sido en toda su esencia, es decir, más allá de ella misma. Me ha tocado, me ha llamado. A todos nos salva, nos toca, nos alcanza y nos llama. Pero no todos respondemos. Ese es el misterio, la gloria y la pena (según como se lo use) del don de la libertad. 

Con el andar del tiempo, nada es lo que era. Esto me genera esperanza. Cabe aún la posibilidad. Algunas palabras permanecen, pocas ciertamente, pero sus significados cambian. La vida resignifica. No el tiempo necesariamente sino la experiencia de estar vivos.  Las que permanecen devienen y conducen siempre en cierto modo a la Palabra, en mayúsculas. 

Paradójicamente, jamás se pronuncia y se devela la Palabra en mayor medida que cuando callamos. En el silencio, la Palabra habla.  En la declinación de mi tarde, ¿habré aprendido a callar? ¿dejaré por fin al Silencio pronunciarlo todo?