Pascua Joven: “pude aceptar una parte del plan de Dios que hacía mucho venía “rumiando” en mi corazón”

jueves, 9 de mayo de
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El tiempo de Pascua transcurre durante 50 días. Es un proceso que lleva su tiempo, como a los discípulos que necesitaron que Jesús Resucitado les saliera al encuentro ¡500 veces!. A nosotros nos pasa lo mismo. Morir con Jesús y resucitar con Él, sobretodo la parte de la Resurrección, nos lleva tiempo. El mismo Jesús nos va acompañando en nuestro proceso de ir saliendo de las sombras para pasar a la luz, de las muertes a la vida en abundancia que Jesús vino a regalarnos.

María Elena participó de la Pascua Joven de Radio María en clave de proyecto de vida en Calmayo y nos acercó su testimonio de pascua, de muerte y de vida.

 

Los días 18, 19 y 20 de abril participé del Retiro de Pascua en la localidad de Calmayo, en clave de “Proyecto de Vida”. Personalmente buscaba un espacio fuera del aturdido mundo en el que me sentía parte últimamente y en ese silencio poder encontrarme con lo que Dios tenía para decirme.

Mi experiencia fue creciendo en cada uno de los días, fui decidida a dejarme sorprender y volver a la inocencia del asombro constante. Realmente deseaba vivir la Pascua “completa” y ofrecer estos días solo para Dios.

Con las actividades y temáticas planteadas, el compartir comunitario y la soledad del desierto o como lo empezamos a llamar la “selva” pude aceptar una parte del plan de Dios que hacía mucho venía “rumiando” en mi corazón.

Es bueno poder dedicarle tiempo a este crecimiento y a su plan, ya que no es algo que se descubre de una vez y para siempre, sino que es algo que Dios nos lo va mostrando suavemente y que también tenemos que estar dispuestos a encontrar.

Además entendí que buscar a Dios en el silencio (y para los que nos cuesta también en la soledad), escuchar lo que tiene para decirnos de su plan de amor, sumado a sentir la compañía de todos los que están también en este camino, son dos facetas de la vida necesarias y complementarias.

La vuelta fue difícil después de esta experiencia tan personal y profunda, ya que volví a ese mundo diverso de donde venía y entendí también que es donde Dios quiere que camine y crezca espiritualmente.

Por último el deseo que me acompañó todo el viaje de regreso fue no olvidarme de lo aprehendido, seguir en este camino y desear que por lo menos una vez en la vida cada uno pueda tener una experiencia así, no de impacto sino de amor profundo de Dios y de comprender que somos especialmente predilectos por Él.