Habíamos creído que Dios era ternura.
Ahora descubríamos que Dios era vértigo.
Habíamos creído que Dios era soberanía.
Ahora se nos hacía ver que Dios era ebriedad.
Habíamos creído que Dios era la última calma.
Y Alguien vino a contarnos que Dios era locura.
Por eso gritábamos,
subíamos y bajábamos del alma,
llameantes, atónitos.
Por eso la mediocridad cayó de nuestros hombros
como un manto que se pierde en la carrera,
y donde hubo pescadores tartamudeantes
nacieron llamaradas y epístolas y martirio.
Cuando estábamos con Jesús no nos hacía falta fe para creer lo que veíamos.
Cuando Jesús se fue, la fe se nos escapó como un agua entre los dedos.
Pero la gran Paloma tiró de nuestras almas, desenvainándolas
y por primera vez nos dimos cuenta de que éramos hombres.
¿Cómo podíamos entenderle teniendo tan pequeño nuestro corazón?
Pero ahora –después de la venida del Espíritu-
ya no podíamos seguir usando a Dios
como se usa una playa.
Podíamos creer o no creer,
pero no creer dormidos.
Dios no mendiga trozos de vida. Él es
el huracán que golpea la casa,
que asedia las ventanas, que apalanca las puertas y lo muros,
que posee como un terrible amante.
No se puede creer en Dios y ser virgen.
Él entra como una espada
o un hijo en las entrañas.
Dios es su nombre, fecundidad es su ocupación y su apellido.
Por eso nos volvimos vivos y fecundos cuando llegó el Espíritu.
Quienes aquella tarde nos vieron, aseguraban que
estábamos ebrios.
Pero nadie pudo sospechar qué vino turbador y magnífico era
el que se había subido a nuestras cabezas.
Porque era el mismo vino del entusiasmo de Dios.
José Luis Martín Descalzo
Hay miradas tan sedientas Hay miradas que gritan por sentido Las hay resignadas Hay miradas tan opacas Hay miradas que…
¿A dónde voy? ¿Para qué vivo? Cuán real es eso de que hay respuestas de las cuales solo se puede…
Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados…
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón…
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme”. Jesús, conmovido,…