Llegó Pentecostés. La fiesta del Espíritu, día en donde en muchos rincones del mundo se hacen vigilias, arde un fogón y se celebra con bailes y alabanzas. Con esta gran festividad se pone término a un tiempo de gracia, de inmenso gozo y alegría: la Pascua, la resurrección de Jesús. Y es luego de 50 días en donde los cristianos celebramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Rememoramos con entusiasmo el momento en que Dios se hace presente en su tercera persona, el Espíritu Santo que renueva la vida y la historia.
Y no solo vivimos esta fiesta desde fuera, como espectadores, como quien lee el relato de una historia, sino que hoy somos nosotros quienes nos sentimos invitados a vivirla, ya que viendo el testimonio de los apóstoles damos paso al Espíritu Santo en nuestras propias vidas.
Es una fiesta que nos convoca a acoger en nuestros corazones el fuego del Espíritu para dar calor a quien necesita de su amor, por eso también Pentecostés es una fiesta “en salida”, es el inicio de la misión de nuestra Iglesia de ir a todos los rincones y compartir con todos la Buena Noticia de Jesús. Es sentirnos impulsados por el soplo del Espíritu que nos lleva a anunciar “lo que hemos visto y oído”, especialmente con los más pobres y pequeños, con aquellos que no conocen al Señor o no dejan espacio para que Él inunde sus vidas con su gracia.
Una paloma, una llama de fuego, agua o un viento fuerte. Distintas son las imágenes con las que relacionamos al Espíritu Santo. Lo cierto es que la mejor manera de representar al Espíritu es poder disponer nuestra vida a su acción, que no olvidemos nunca que Él obra en nosotros, nos regala sus dones y frutos, todo aquello que más necesitamos Él nos lo concederá si confiamos en su infinito amor.