Son tantas las cosas que nos pueden surgir en una pandemia; sentimientos, emociones, malestares, sinsabores. Y se nos complica aún más el panorama ya que es todo nuevo, cada cosa, cada día es un nuevo descubrir. Cada amanecer es un nuevo comenzar, es un ir haciendo camino, ver qué cosa Dios tiene dispuesta para nosotros en este “tiempo nuevo” que estamos viviendo.
Hay muchas cosas que nos podrían hacer pensar este momento de nuestra historia. Al menos a mí me ayuda mucho no darle tantas vueltas y reflexionar sobre cosas sencillas, pensamientos que se vienen en lo cotidiano.
Es una realidad que hay que cuidarse, porque si nos protegemos, finalmente también estamos protegiendo a los demás, especialmente a los que tenemos más cerca, nuestros seres queridos y también a los que son más frágiles. Por lo anterior todos hemos experimentado la importancia que tiene la mascarilla (en Chile), barbijo o tapaboca (en otros países) ya que disminuye en gran medida el contagio de este virus que nos tiene el mundo pies arriba.
Hace algunas semanas, entre risa pensaba en que cuando nos tomamos una foto con mascarilla, no se sabe si estamos sonriendo o no como habitualmente lo hacemos. Sin ir más allá, yo me tomé una foto y no se notaba mi expresión. Lo cierto es que sí estaba sonriendo.
Esta reflexión me llevó a ir más en profundidad y a ratos me cuestiona pensar en cómo algo completamente imperceptible al ojo humano tiene nuestras actividades habituales paralizadas y nos obliga en la medida de lo posible, a mantenernos encerrados para evitar su propagación. Esto último nos puede llevar a sentir angustia, a experimentar incertidumbre y miedo sobre muchas cosas.
Pero volviendo a la mascarilla es que el otro día en oración me surgía pensar: ¿Será que estoy dejando que este virus me robe también la sonrisa? ¿O solo está cubierta momentáneamente por la mascarilla hasta que podamos sonreír libremente? Y luego de meditarlo me di cuenta que cada día es una nueva oportunidad que el Señor nos regala para seguir dando la lucha, para no bajar los brazos y poner todo el corazón, llevando esperanza especialmente a los que más están sufriendo en este momento.
No nos cansemos de ser portadores de la alegría, que cada día podamos renovar nuestra confianza en Jesús que hoy sigue resucitando en nuestra vida y en nuestro mundo. Si no podemos sonreír como siempre, que nuestros nuestros gestos y palabras nos acerquen a nuestros hermanos y podamos acercarlos a ellos al Dios de la vida.