Rastros del ejercicio del Amor

martes, 7 de febrero de

 

En el Amor no hay lugar para la ansiedad porque ya no quiere uno devorar la vida, saltear etapas, vivir “experiencias importantes”, alcanzar “sueños” de inmediato sino que abunda la confianza en el plan de Dios y puede uno contemplar el agua correr serenamente y mojarle los pies. Vuelve uno a sentir la tierra que pisa y que sostiene el existir.

 

Vuelve uno a mirar para adentro y ve a Dios obrar incesantemente. Deja uno de correr y mira para los costados y ve que la serenidad de los días puede ser la nada o puede ser la plenitud, depende de lo que uno quiera ver.

 

Cuando digo plenitud no me refiero al éxtasis, no es sentir un gozo desbordante ni andarse ya todo superado de los problemas humanos sino que es encontrarle sentido y saberse amado, andar agradecido por lo que los días tienen de acostumbrado, esos abrazos que ya damos por sentado, este cuerpo que tantas veces castigamos, el trabajo cotidiano que no es lo glorioso que anhelamos, ni el ideal con el que soñamos sino que es el que es y en el que nosotros vamos siendo, ¡y no es eso poca cosa!  Poder mirar nuestros días con mirada agradecida es un inmenso regalo. Pisar lo cotidiano sin hastío, sin negación, sin querer estar en otro sitio es ya un milagro, es el Señor actuando, es la Vida resucitada latiendo dentro y haciéndonos ver.

Vuelve uno a lo de siempre distinto, no porque haya comprado la paz ni superado toda debilidad sino porque ha sido amado. Y no hay cosa que produzca en el corazón tanto gozo y tanta paz como encontrarse con el mismísimo Amor y dejar que este le ame.

Mirar lo que uno es y puede, dar gracias, pedir perdón y confiar en el Dios obrador que va haciendo con nosotros testimonio de Resurrección. Verse uno entre tantos, reconocerse hermano. Escuchar dentro el llamado. Temer, huir, luchar y al final dejarse vencer por el que es, por el que habita, por el que ama e invita a amar.

Responder en libertad que sí, que hemos de ir mar adentro nuestros días, que queremos gastarnos en seguir las huellas del Maestro e imitar su obra, que no fue otra que la de andar caminando con los ojos abiertos, siguiendo la voluntad del Padre, “perdiendo” el tiempo en gestos sencillos: mirar, abrazar, tocar, consolar, escuchar, compartir, estar.

Ojalá que podamos también nosotros tejer nuestros días con estos verbos y dejar que el Señor vaya haciendo su obra sin estorbar con nuestra insensatez, nuestro egoísmo o nuestra vanidad. Ojalá nuestra vida sea un telar sencillo que abrigue a quien Dios quiera abrigar.