Jesús decía a sus discípulos: “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero”. Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. El les dijo: “Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios.”
Las palabras del evangelio de hoy en boca de Jesús son claves. La famosa célebre frase “No se puede servir a Dios y al Dinero” es una de las más conocidas, además de ser aquella frase que solemos usar para hablar sobre la imposibilidad de hacer dos cosas al mismo tiempo.
La realidad honda de esta página evangélica lejos está de la interpretación banal de separar realidades. Todo el texto viene a converger en la confesión de Jesús. Y no se trata de realidades temporales que no se pueden hacer al mismo tiempo, sino verdaderamente de dos modos completa y absolutamente distintos y diversos de encarar un proyecto de vida cristiano y de vivir como verdadero discípulo de Jesús. Y esto lo decimos porque el Dinero, así, con mayúsculas, aparece como una personaje principal, con entidad, con nombre propio; es más aparece como una deidad, como un Dios.
Es decir, Jesús nos confía desde lo hondo de su corazón que el Dinero es un dios, un modelo de divinidad, un ídolo al cual uno se consagra y vive desde su pertenencia a esta divinidad todo el sentido de su vida.
De esta manera, el Dinero no es la plata. Sería infantil sostener algo por el estilo. El Dinero es una divinidad que abarca, como toda divinidad, todo mi corazón y toda mi alma, todo mi ser, querer y vivir. Aquel que ha consagrado por entero su vida al Dinero, vive su vida de una determinada manera.
El dios Dinero, es la garantía de seguridades, el ganar bien y tener un buen puesto en el laburo, casa grande, jardín y pileta; el goce desenfrenado del sexo y la buena vida; el “buen vivir” de manjares en manjares, el aferrarse al propio yo. El dios Dinero es la competencia desencarnada para pisar cabezas y llegar a tener el reconocimiento de ser el “número uno”, manejar sin discreción la moda y el ir detrás de la última novedad, del último celular, de las últimas zapatillas, de la última camperita. Los seguidores del dios Dinero han consagrado sus vidas a agradarle. Viven no sólo preocupados por el dinero en sí, sino que hacen del poder, el poseer y el placer, nada más ni nada menos que el centro de su vida. Viven de tal manera que todo cuanto realizan es para rendir culto a este dios. El colmo es cuando adquiere los rostros de la Cultura del Descarte y se trata de la explotación del hermano, la marginación, el evadir impuestos, el sostener puestos indignos de trabajo, hambrear al Pueblo, precarizar recursos, pagar en negro… Son espíritus que querrán un país narcotizado a costa de “soldaditos narco” para que la única salida visible sea entrar en el mundo de la falopa. Y así narcotizar conciencias. Para otros será ejercer funciones y ministerios públicos no para estar al servicio del Pueblo sino para empobrecer y seguir sacando provecho de los más pobres.
El dios Dinero abarca todos los ámbitos de la vida y se convierte en medio y medida del amor: todo tiene precio, pero no todo vale. Es el vivir pensando solamente de una manera capilar, en la cáscara de las cosas, sin sentido de trascendencia, ni comunidad, ni sentido colectivo de la vida. Es la carrera férrea por el triunfo del propio yo, destrozando a los demás que se vuelven competencia.
Por eso la advertencia de Jesús. O todo nuestro corazón será de Dios o será de cualquier otro. el peor: el Dinero.
Frente a esto, tenemos primero que nada reforzar nuestra conciencia de hijos de Dios y de discípulos misioneros de la Buena Nueva del Evangelio, de modo de ajustar todo lo que pensamos, sentimos, somos y vivimos nada más ni nada menos que a los sentimientos del Corazón de Jesús. Ese Corazón que nos lleva a salir nosotros del medio y poner en el medio a Dios. Y construir comunidad. Y tender lazos y puentes y generar Cultura del Encuentro, diálogo, paz social. Es brindarnos la posibilidad de abrir el corazón al Corazón de Jesús para que nuestra vida tenga un sentido único y definitivo.
Y evitar entonces la tentación de pensar que las opciones pueden ser parciales. No podemos ser una parte de Dios y otra parte del Dinero. Dios no acepta competencia ni mitades. Lo quiere todo. No por Dios egoísta, sino justamente para salvarnos a nosotros del egoísmo eterno. Si es el Dios que nos anuncia Jesús el que se gana nuestro corazón, entonces tendremos motivos fuertes para poder vivir, sin transar con la Cultura de la Muerte.
Sí. Si somos verdaderamente cristianos, vamos a ir de contramano con el mundo, perseguidos por los mercaderes de la muerte, enfrentados con los poderes políticos, socio-económicos y religiosos que dominan este mundo y destrozan nuestra Casa Común. Pero vamos a ser infinitamente felices.
¿A qué Señor, vos, hoy, querés seguir?