Sábado 10 de Septiembre de 2022 – Evangelio según San Lucas 6,43-49.

miércoles, 31 de agosto de
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Jesús decía a sus discipulos: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué ustedes me llaman: ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»

Palabra del Señor

Padre Sebastián García | Sacerdote de la Congregación de el Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

“Porque de la abundancia del corazón habla la boca” Cuánto para decir y llamar a pensar y reflexionar, contemplar y meditar en esta frase que viene a ser el cierre de todo este mensaje de Jesús en el capítulo 6 de san Lucas.

Son muchas las cosas para poder pasar por la mente y el corazón y es lindo que cada uno pueda en definitiva poder ver examinar de qué cosas habla. Porque de lo que habla es justamente de lo que está lleno nuestro corazón. O al menos debería ser así.

Una de las primeras cosas para poder preguntarnos o plantearnos de cara a la palabra de hoy es de qué cosas tengo lleno el corazón. Porque de eso voy a hablar y eso es lo que voy a poner por obra. Pensar en aquellas cosas que ocupan el centro existencial de mi vida que me hace ser quién soy en mi propia naturaleza, originalidad y dignidad es pensar en aquellas cosas de las que me lleno. Y no es lo mismo llenarse de alegría que de tristeza. No es lo mismo vida que muerte. No es lo mismo soledad que comunión. No es lo mismo autorreferencialidad que vida proactiva y generosa en servicio a los demás.

En este sentido, muchas veces el problema no lo tenemos sólo con lo que hacemos. Si no con las convicciones hondas que abundan en nuestro corazón. En esa lucha cotidiana entre el mal espíritu y el buen espíritu de Jesús que se debaten a duelo y a muerte. Esa lucha que todos padecemos. Esa lucha que tenemos que afrontar si es que queremos vivir. La pasión se juega en la abundancia del corazón de la cual habla la boca. La pasión se juega en la pelea entre el bien y el mal que cotidianamente tenemos que afrontar y no está fuera de nosotros, sino bien adentro. Siempre viene bien pensar en nuestro corazón como campo de batalla donde el bien y el mal luchan para hacerse con nosotros y nuestras decisiones.

Muchas veces nos pasa de buscar un enemigo afuera y no nos damos cuenta que el principal enemigo de nosotros mismos somos nosotros y toda esa fuerza reside en el fondo de nuestro corazón. Muchas veces nos hacemos fantasmas a vencer fuera de nosotros cuando es justamente el propio ego que se quiere erigir sobre su propio orgullo y soberbia que nos tira para abajo y no nos permite hacer por la gracia del Espíritu que nuestro corazón sea cada vez más semejante al Corazón de Jesús. Muchas veces nosotros somos nuestros peores enemigos. No los de afuera. Menos los demás. El mal es algo que reside bien adentro de nuestro corazón y que tenemos que combatir. Todos los días. Todo el tiempo. Toda la vida. Porque de eso se trata: vivir no es nada más que una mera excusa para amar. Y el pecado es el no-amor a Dios, los hermanos, la Casa Común y mi propio yo.

Por último, este texto es un evangelio que nos hace pensar de lleno en el tema de la coherencia y por tanto de la madurez. Maduro será aquel o aquella que viva profundamente la unidad íntegra de mente, alma, corazón y entrañas. Pensar lo que creo, decir lo que pienso, hacer lo que digo. Esa es una persona completa, madura, sencillamente íntegra. Y el corazón se vuelve fuente de abundancia. Desde ese lugar existencial será en el que se tejan las convicciones que motoricen nuestra vida y nos lleven a jugárnosla por amor, en la lucha cotidiana contra todos los impedimentos internos y externos. Será el tiempo oportuno para tomar decisiones jugadas. O no.