Sábado 14 de enero de 2023 – Evangelio según San Marcos 2, 13-17

viernes, 13 de enero de
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Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Él se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»

Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

 

 

Palabra de Dios

 

Padre Sebastián García | Sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

El encuentro de Jesús con Zaqueo es una de esas páginas del Evangelio que vale la pena leer una y otra vez porque de alguna manera siempre nos revelan algo nuevo, algo hondo, algo que hace hoy a nuestra condición de discípulos misioneros de Jesús.

Zaqueo es el jefe de los publicanos. Los publicanos eran aquellos que se encargaban de recaudar impuestos en Israel y rendir cuentas al Imperio Romano y se quedaban con el vuelto. Es decir, no sólo eran los que saqueaban a su patria, sino además usureros, ladrones y corruptos.

Sin embargo, uno de ellos, nada más que el jefe de todos, Zaqueo, quiere ver a Jesús. Y a causa de su baja estatura, decide subirse a un arbolito de la zona para ver mejor. Es decir, existe vaya uno a saber qué deseo en el corazón de Zaqueo, pero él quiere ver a Jesús. Más no sea por curiosidad, porque oyó hablar de él, porque se enteró que pasaba por Jericó -ciudad de pecado-, o por un deseo genuino del corazón que algo le decía que valía la pena verlo y encontrarse. Como esos deseos del corazón que solemos sentir cada uno de nosotros. Como esos deseos del corazón, hondos y profundos que siente la mayoría de los varones y mujeres de la Casa Común que habitamos. Como esa hambre de espiritualidad, de trascendencia y de Dios que tenemos todos los seres humanos.

Zaqueo es expeditivo y se sube a un arbolito, un sicomoro. Y Jesús lo ve. Y Zaqueo lo mira. Y se produce el encuentro. ¿Qué habrán sentido ambos en ese intercambio de miradas? Ese es un lindo ejercicio para nuestra meditación personal.

Lo cierto es que Jesús se auto invita a la casa de Zaqueo, o al menos eso parece. Y ahí la chusma de Jericó, como toda chusma: “¡Se fue a comer a lo de un pecador!”. Jesús los escandaliza. Y claro. Cómo no. Es impensable un Dios que venga a busca a los pecadores, a los impíos, a los enfermos, a los postergados, a los excluidos… En la mentalidad de muchos, Dios tiene que empezar a buscar a los justos, los santos, los sanos, los primeros, los que son parte… No se entiende esta preferencia de Jesús por los descarriados. Menos aún, el sentarse a compartir la mesa -una de las cosas más especiales y reservadas solo a los amigos- con un pecador público. Jesús desconcierta. Porque Zaqueo desconcierta.

Producido el encuentro alrededor de la mesa, Zaqueo explota de felicidad y siente que Jesús, al sentarse a comer con él, recupera su dignidad. Por un tiempito se siente libre. Se siente mirado en su propio ser original, en la verdad de lo que es. Zaqueo se siente plenamente alegre y feliz. Y eso se lo da la sola presencia de Jesús, en ese encuentro que comenzó con una mirada y una invitación a compartir la mesa.

Pero no termina todo acá. Tanto es el amor que siente que Jesús le tiene y que le revela de Dios que decide cambiar su vida: dar la mitad de sus bienes a los pobres y dar cuatro veces más a los que estafó. Zaqueo toma conciencia de la injusticia de su vida, toma conciencia de su pecado y decide convertirse, cambiar la mentalidad al estilo de Jesús de Nazaret. Definitivamente la salvación llegó no sólo a la casa de Zaqueo, sino a toda su vida.

Y lo interesante es que Zaqueo, pecador, usurero, ladrón y corrupto, al encontrarse con Jesús, cambia de vida. La chusma de afuera que critica, que quiere impedir el encuentro, que se desilusiona conque Jesús comparta la mesa con pecadores y se hospede en su casa, queda igual. Sigue adelante con su vida de todos los días, sin percatarse que es ese Galileo el que trae la salvación.

Lo mismo podemos experimentar nosotros en nuestra vida y en nuestras comunidades: horrorizarnos que la salvación que trae Jesús empiece por los postergados y olvidados de nuestra sociedad, por aquello que a nuestros ojos y a nuestro sentir son pecadores y por eso no son dignos de la salvación. Y quedamos un poco decepcionados.

¿Será entonces que tenemos que empezar a abrir los ojos y encontrarnos también con la mirada misericordiosa y compasiva de Nuestro Señor, que viene a traer la salvación a los enfermos y pecadores? ¿Será que en este siglo XXI que estamos transitando, Dios se nos revela en lugares a los que no estamos acostumbrados, en sitios en que pensamos que nunca podía habitar, en personas que no necesariamente pertenecen visiblemente a la institucionalidad de las Iglesias? ¿Será que tenemos que empezar a transitar una mística de ojos abiertos para descubrir en lo ordinario, común, diario e insospechable de la vida cotidiana la presencia de un Dios que tiene predilección por los pecadores y viene a buscar primero a los que no creen, lo niegan, lo buscan en caminos de perdición, o que se cansan, bajan los brazos y cesan en su búsqueda?

Tenemos en el evangelio de hoy dos modelos de Iglesia: ser sicomoro, es decir, ser comunidad que tienda puentes, haga posible el encuentro sin fijarse mucho en la condición de vida de las personas; o ser parte de la chusma que se sigue horrorizando porque Jesús va a alojarse en casa de un pecador.

Eso sí. Tengamos memoria. Porque Zaqueo somos todos. Todos alguna vez tuvimos sed de Dios y hubo en nuestra historia sicomoros que nos ayudaron al encuentro.