Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:“Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’.Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.
Una de las tantas tentaciones que podemos experimentar en nuestra vida cristiana es la de encontrarnos con hermosos textos del Evangelio, como este en particular, y quizás porque nos resulta muy conocido, caer en: “Sí, en realidad ya sé lo que significa este texto, en que hay que ser humildes…” Creo que es una de las peores tentaciones porque ya sabemos de antemano lo que Dios nos va a querer decir y caemos en un gran reduccionismo.
Los personajes de hoy más que personas reflejan actitudes de vida. Uno hasta de alguna manera puede querer justificar al fariseo: no está haciendo otra cosa distinta sino manifestar las cosas buenas que tiene en su vida. Hasta donde sabemos, reconocer el bien, no es una mala actitud. El problema del fariseo ni siquiera es que lo dice en voz alta, gritando, delante de todos. El problema es más grande aún. Lo reprochable del fariseo es pensar erradamente dos cosas: una, que todo lo que tiene en su vida es bueno; lo otro, que todo eso bueno viene gracias a sus actitudes y no gracias a Dios. El problema de raíz del fariseo es que todo el bien que logró hacer en su vida, queda reducido a su mínima expresión cuando piensa que es mérito personal, cuando se olvida de Dios y cuando se compara con los demás hombres. El pobre fariseo, de tan bueno que se siente, termina convirtiéndose en malo.
En cambio la actitud fundamenta del publicano radica en postrarse frente a Dios y orar en silencio. Y reconocer la condición fundamental de la vida de toda persona y de su vida en particular: ser pecadores. Eso lo termina justificando. No el pecado, claro está. Sino la conciencia de ser pecador que antes de reconocer las maravillas que ‘el mismo hizo en su propia vida y por su propio mérito, lo llevan a abrirse a la misericordia de Dios.
En definitiva eso es lo que justifica al publicano: su conciencia de ser pecador. No por el mero hecho de ser pecador y ya, sino porque el tomar conciencia de su pecado lo abre a la misericordia de Dios. Es el paso fundamental por el cual llega a aceptar incondicionalmente a Dios como Señor y Salvador de su vida. El pecado no salva. El pecado mata. Pero la conciencia que podemos tener de él, o nos hunde en la más honda de las depresiones y nos lleva a pensar que no tenemos salvación; o por el contrario, nos hace tomar conciencia de que necesitamos ser salvados por otro, por el amor de un Dios al cual nada de mi humanidad le es ajeno.
El fariseo no experimenta nada de todo esto. Es más: ni siquiera se siente pecador. Y por tanto no puede sentirse justificado. Tan embelesado queda con lo lindo que es su vida y lo bueno de su obrar, todo a causa de sus méritos y de su buena voluntad, que no queda espacio para Dios en su vida. Presume de Dios al darle gracias al inicio de su oración y lo nombra en voz alta. Pero en el fondo de su corazón, se está agradeciendo a sí mismo. En palabras del papa Francisco, no es sino la mayor expresión de autorreferencialidad.
A partir entonces de la lectura y meditación del evangelio de hoy, humillarse no será poner cara triste, cabeza de junco, amargarse y deprimirse, sino todo lo contrario: tomar plena conciencia de mi realidad de pecador en camino a la santidad y de santo que se tropieza y cae por ser pecador. Por eso santo no será el que menos veces se caiga, sino el que más se levante. Por eso Jesús nos dice que el que se humilla será elevado. Por la sana aceptación de nuestra conciencia de ser barro que anda en libertad, soplo de vida original a nuestra manera, capacidad de los actos más heroicos de la existencia pero a la vez de las grandes canalladas, es que podemos y debemos recorrer el camino que nos toca de cara a una vida plena y feliz, consciente de la salvación que nos viene a traer Jesús de Nazaret: el albañil pobre de la galilea periférica que nos dice que nuestra dignidad más linda y más grande no es el autorreconocimiento de los logros importantes de la vida comparándonos con otros, sino la conciencia de ser hijos e hijas de un Dios que nunca se va a arrepentir de amarnos y de amarnos hasta el extremo.