Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios.Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir,porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir”.
Una de las cosas que más nos puede llamar la atención del texto del evangelio de hoy es aquella palabra de Jesús en relación a los pecados que no se pueden perdonar.
Quizás la pregunta que se suscita en el corazón creyente sea esta: ¿hay pecados que Dios no pueda perdonar? ¿Cuál es el mal tan grave y mortal que es más grande que la misericordia de Dios? ¿No es que Dios todo lo puede?
Frente a esto respondemos con la Palabra. Ciertamente hay pecados que no se pueden perdonar y que ni Dios mismo en persona puede. ¿Cuáles son? Aquellos cometidos con plena advertencia y consentimiento por los cuales no se quiere reconocer el mal que tiene y por tanto no se le quiere pedir perdón a Dios. Los pecados que Dios no puede perdonar son aquellos por los cuales no se le quiere pedir perdón, de una manera consciente. Esta es la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Esto se puede resumir en dos actitudes muy comunes y diarias entre los hombres: la presunción y la desesperación.
La primera es la actitud fundamental de vida por la cual se vive con una conciencia de no necesitar a Dios. Es el grito descarnado de: “¡yo a Dios no lo necesito en mi vida! ¡Solo lo puedo todo!” Sea por el bienestar en el que uno vive, por ideología, por la negación de Dios, por la firme pretensión de querer triunfar en la vida prescindiendo de Dios. Es la vida de los satisfechos y hartos de sí mismos que ni siquiera tienen a Dios en el horizonte de su vida. No lo consideran y viven como si Dios no existiera. No es siquiera que no precisan a Dios sino que lo han borrado del sentido hondo del desarrollo en plenitud de su existencia.
La otra pareciera diametralmente opuesta pero en el fondo coinciden. Es la desesperación. La desesperación es la actitud vital por medio de la cual la persona, harta de sí y vacía de Dios que ve y entiende cómo su vida pareciera no tener ningún sentido y entonces se ahoga en autorreferencialidad. Es decir, sienten que ni siquiera Dios los puede salvar. Desesperan y son capaces de cometer las mayores atrocidades. Es también esa conciencia pobre de pensar que todo el mal cometido en la vida no merece perdón de Dios. Entonces no se le pide perdón a Dios. Entonces a Dios, tampoco se lo necesita. Entonces se desarrolla la vida sin ningún tipo de conciencia de Dios. Dios no existe para esta persona porque ni siquiera alguien tan poderoso como nuestro Dios puede sanar, perdonar y reconciliar.
Dios nos libre siempre de una vida tan llena de nosotros que estemos tan vacíos de Él. Y nos libre siempre de pensar y creer
que a Dios no lo necesitamos, sea porque nos va de 10 en algo que podríamos llamar prosperidad, sea porque nos hundimos en un pozo oscuro y pensamos que Dios no nos puede ni nos va a perdonar.